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La generosa respuesta de la UE a los refugiados ucranianos demuestra que hay otras alternativas

La acogida de los ucranianos contrasta con la dura respuesta a los refugiados de Asia, África y Oriente Medio

Personas que huyen de Ucrania entran en Polonia a través del paso fronterizo de Korczowa, Polonia, 4 de marzo de 2022. © 2022 AP Photo/Visar Kryeziu

La efusión de solidaridad y empatía hacia las personas que huyen de la guerra en Ucrania es maravillosa. Los países fronterizos con Ucrania han abierto sus fronteras y prácticamente han recibido a la gente con los brazos abiertos. Muchos se han apresurado a donar alimentos y a abrir las puertas de sus casas. La Unión Europea (UE) como bloque tomó rápidamente medidas para conceder protección temporal a todos los ucranianos y residentes extranjeros de larga duración, invocando por primera vez una directiva de 2001 que creaba un mecanismo para otorgar a los desarraigados la oportunidad de quedarse, trabajar y escolarizar a sus hijos automáticamente, sin los retrasos y la burocracia del procedimiento normal de asilo.

Para quienes seguimos estos temas, es difícil pasar por alto el marcado contraste de las últimas semanas con la dura respuesta de Europa a las personas que huyen de otras guerras y crisis. Durante décadas, la UE se ha centrado obsesivamente en tratar de sellar sus fronteras exteriores externalizando la responsabilidad a países fuera de la UE y a través de expulsiones ilegales y violentas. Un alarmante número de personas procedentes de Asia, África y Oriente Medio mueren cada año intentando llegar a las fronteras de Europa.

Incluso cuando celebramos la generosidad que está demostrando la gente con las personas que huyen de Ucrania, tenemos que preguntar por qué la UE no utilizó la directiva de 2001 en 2015, cuando más de un millón de sirios, afganos e iraquíes llegaron a las costas europeas. Y recordemos también que cuando los talibanes se apoderaron de Afganistán el año pasado, la retórica europea se centró en la contención de los afganos en la región en lugar de ofrecer un camino a la seguridad.

Mientras la atención del mundo se centra en el horrible drama que se está desarrollando en Ucrania, los efectos de las políticas de la UE siguen actuando sobre los cuerpos de las comunidades negras y morenas. El 3 de marzo, Televisión Española grabó a un joven tratando de escalar la valla que separa Marruecos de Melilla, uno de los dos enclaves españoles en el norte de África, mientras los guardias fronterizos españoles le esperaban abajo. En cuanto llegó al suelo, se abalanzaron sobre él, le dieron patadas y lo golpearon insistentemente con sus porras. Esa violencia y ese desprecio se vieron también hace unos meses en la frontera de Polonia con Belarús y se repiten en las fronteras de toda Europa, incluidas Grecia, Croacia y el mar Mediterráneo.

Las consideraciones geopolíticas y la proximidad no captan ni explican del todo la generosa respuesta de la UE a los ucranianos y el trato reservado a otros de fuera de Europa. La solidaridad de los europeos de a pie hacia los necesitados no es nada nuevo. Ahora es el momento de que la UE reconozca y cambie las formas en que sus políticas de migración y asilo penalizan desproporcionadamente a las comunidades negras y morenas. Esta crisis nos ha demostrado que Europa puede hacer cosas extraordinarias si lo intenta.

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