Casi inmediatamente después de que lo subieran a la cubierta del barco de rescate, Abebe comenzó a ayudar. Se ofreció a repartir kits de emergencia entre las demás personas rescatadas y también a traducir al amárico el “discurso de bienvenida” del equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) para los numerosos etíopes que había a bordo. En los días siguientes, mientras el barco de rescate, el Geo Barents, navegaba rumbo a Italia, Abebe colaboró interpretando para el personal médico y otras personas.
En septiembre de 2024, embarqué en el Geo Barents para documentar los esfuerzos del equipo de MSF por salvar vidas en un entorno físico y político despiadado. Siete años antes, en octubre de 2017, pasé dos semanas a bordo del Aquarius, un barco operado por MSF y SOS MEDITERRANEE, otra organización de rescate. Desde entonces, la situación de quienes intentan cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa ha empeorado.
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Decenas de miles de personas han muerto o desaparecido en el mar Mediterráneo solo en la última década. Las Naciones Unidas han registrado al menos 31.363 “personas migrantes desaparecidas” desde 2014. El Mediterráneo central, entre el norte de África e Italia/Malta, es, con diferencia, la ruta más mortal.
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Las organizaciones no gubernamentales operan barcos de rescate en el Mediterráneo central en respuesta a las políticas migratorias letales de la Unión Europea. Patrullan en aguas internacionales. Este mapa muestra los recorridos de nueve barcos de rescate en el período de agosto a octubre de 2024.
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Este ensayo narra el viaje que emprendí y mi experiencia como testigo del rescate de 206 personas.
Fuente: Datos de tráfico marítimo de buques de búsqueda y salvamento entre el 1 de agosto y el 31 de octubre de 2024; Proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Abebe fue una de las 206 personas rescatadas por MSF la tarde del 19 de septiembre de 2024, tras ser encontradas abordo de dos embarcaciones extremadamente sobrecargadas e inadecuadas para la navegación en pleno mar Mediterráneo. Ambos barcos, en los que viajaban mujeres, hombres y niños, principalmente de Siria, Eritrea y Etiopía, habían partido esa misma mañana de Sabratha, Libia.
Cuando nos sentamos a conversar, pude ver el sufrimiento detrás de la mirada amable de Abebe. Con 20 años y recién graduado en estadística, contó que huyó en 2023 del conflicto en su región natal de Amhara, en el noroeste de Etiopía. Explicó que se sentía presionado por el grupo miliciano amhara conocido como Fano para tomar las armas contra el gobierno y que, al mismo tiempo, las fuerzas federales etíopes lo veían con sospecha, sin importar lo que hiciera.
“No quiero combatir. Los Fano dicen que luchan por la libertad de Amhara, pero yo no veo esa libertad. Lo único que veo es muerte por ambos lados. No quiero morir… El ejército asume que todas las personas amharas somos parte de Fano, así que pueden dispararnos, golpearnos o arrestarnos… Por eso tuve que dejar mi país”.
Abebe me contó que pasó dos meses bajo cautiverio de traficantes en Kufra, un importante centro de tráfico y tránsito de personas migrantes y solicitantes de asilo en el sureste de Libia. Allí fue golpeado hasta que su madre consiguió vender su casa y pagar su liberación.
Cuando intentó cruzar el mar por primera vez, en abril de 2024, iba hacinado en la bodega de un bote de madera, rodeado de personas que vomitaban por el mareo y el fuerte olor a gasolina. Sin embargo, la Guardia Costera libia interceptó la embarcación y devolvió a todas las personas a Zawiya, una ciudad situada en la costa occidental de Libia, a unos 45 kilómetros de la capital, Trípoli.
Allí, Abebe fue detenido durante cuatro meses en el centro de detención de Al-Nasr, también conocido como la “prisión de Osama”. Sin dinero para pagar su libertad, contó que tuvo que trabajar para el hombre que dirigía la prisión, limpiando e interpretando, hasta que finalmente fue liberado.
Su historia refleja el sacrificio y la determinación de tantas personas migrantes, refugiadas y solicitantes de asilo. También pone en evidencia las consecuencias de la política de la Unión Europea de frenar y contener la migración sin importar el costo humano.
Rescate en el mar
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El barco Geo Barents zarpa de Nápoles el 12 de septiembre y se dirige a Augusta, Sicilia. Me embarco en Augusta el 16 de septiembre, y el Geo Barents sale del puerto alrededor de las 5:00 p. m.
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El segundo día asisto a reuniones informativas y sesiones de capacitación. El barco Geo Barents navega hacia el sur en dirección a la zona de rescate asignada.
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El barco Geo Barents llega a la zona de rescate asignada el 18 de septiembre y comienza a patrullar. La coordinadora del equipo de búsqueda y rescate imparte una capacitación sobre los distintos tipos de alertas de rescate y la manera adecuada de registrarlas.
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El 19 de septiembre, el avión Seabird 2 alerta a la tripulación del barco Geo Barents sobre dos embarcaciones en peligro. El equipo de MSF rescata a 206 personas de dos botes de madera abarrotados.
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Después del segundo rescate, las autoridades italianas ordenan a la tripulación del barco Geo Barents regresar a Italia. De acuerdo con la “política de puertos lejanos”, el barco debe desembarcar en Génova, a tres días de navegación desde el último rescate.
Posteriormente, las autoridades italianas ordenan la detención del barco por 60 días.
Fuente: Datos de tráfico marítimo de buques de búsqueda y salvamento entre el 1 de agosto y el 31 de octubre de 2024.
La UE ha renunciado a su responsabilidad en las operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo y, en muchos casos, se ha convertido en cómplice de los abusos contra personas migrantes, solicitantes de asilo y refugiadas en Libia y otros lugares.
Actualmente, está replicando su modelo de cooperación con Libia en países como Túnez y Líbano, donde las personas enfrentan abusos y expulsiones forzadas de manera recurrente, a pesar del riesgo de sufrir más violencia (un fenómeno conocido como “devoluciones en cadena”). Mientras tanto, Italia ha comenzado a obstaculizar sistemáticamente el trabajo humanitario de los grupos de rescate.
En 2017, fui testigo del rescate de más de 600 personas por parte de la tripulación del Aquarius, en seis operaciones diferentes coordinadas por el Centro de Coordinación de Rescate Marítimo de Italia (MRCC). En aquel entonces, el barco pudo desembarcar a todas las personas en Palermo, Sicilia, y regresar rápidamente a aguas internacionales frente a la costa de Libia para asistir a otras embarcaciones en peligro.
Esta vez, el MRCC ordenó al Geo Barents regresar de inmediato a Italia tras los rescates y lo obligó a navegar hasta Génova, un trayecto de tres días desde el Mediterráneo central, para desembarcar a las personas rescatadas. Luego, el gobierno ordenó la detención del barco durante 60 días, argumentando que la tripulación no había acatado las órdenes de las autoridades libias, a pesar de que una patrullera libia había interferido de manera amenazante en una de las operaciones de rescate. Todo esto supuso una pérdida de un tiempo valioso que el Geo Barents podría haber dedicado a salvar vidas.
El equipo de MSF fue alertado por Seabird, un pequeño avión operado por la organización de rescate Sea-Watch, sobre la presencia de dos embarcaciones de madera.
Durante el segundo rescate, fui testigo de cómo una patrullera libia se dirigía a toda velocidad hacia la embarcación en peligro mientras la tripulación de MSF aún ayudaba a las personas a subir a la lancha inflable utilizada para los rescates. Desde el barco libio, alguien ordenó por radio a MSF que detuviera el rescate o abrirían fuego. Tras una tensa negociación, el equipo de rescate logró finalmente subir a todas las personas al Geo Barents. La patrullera libia—construida en un astillero italiano y donada por el gobierno de Italia—rodeó el barco de rescate varias veces antes de alejarse a toda velocidad.
Cómo la patrulla libia amenaza el Geo Barents
“No les importa si te estás muriendo”
Para quienes viajan en embarcaciones precarias, el rescate representa su mayor esperanza; en cambio, ser interceptados por las fuerzas libias es uno de sus peores temores. A lo largo de los años, muchas personas me han dicho que habrían preferido ahogarse antes que ser devueltas a Libia. Todas las personas con las que hablé en el Geo Barents relataron haber sufrido algún tipo de abuso en Libia, desde extorsión y trabajos forzados hasta tortura y violaciones. Sus testimonios eran dolorosamente similares a los que escuché siete años atrás en el Aquarius.
Las pruebas sobre el trato brutal que reciben las personas migrantes y solicitantes de asilo en Libia son abrumadoras. Naciones Unidas ha señalado que existen evidencias de la connivencia entre las fuerzas estatales, incluida la Guardia Costera libia, con redes de tráfico y contrabando de personas. También ha concluido que las fuerzas de seguridad del Estado y las milicias armadas han cometido crímenes de lesa humanidad contra personas migrantes en Libia.
Muchas personas africanas han pasado meses, incluso años, en cautiverio bajo el control de traficantes. Afnii, una joven somalí de 18 años me contó en voz baja que fue violada en grupo varias veces por traficantes cerca del final de los dos años que pasó encerrada en un almacén de traficantes en Kufra. Cuando quedó embarazada, la liberaron y la enviaron a Trípoli a valerse por sí misma. Afnii, dio a luz a una niña y logró sobrevivir gracias a la caridad y la ayuda de desconocidos.
Me contó que cuando decidió intentar cruzar el mar con su hija, ambas terminaron en otro almacén de traficantes, donde uno de ellos se negó a conseguirle comida para su bebé a menos que ella tuviera relaciones sexuales con él. Su hija murió cuando tenía siete meses. Afnii es el seudónimo que esta joven eligió para sí misma: era el nombre de su hija.
Huda, que ahora tiene 18 años, dijo que fue víctima de trata desde Somalia cuando tenía solo 13 años. Contó que pasó dos años junto a su joven tía “sin ver el sol” en un almacén de traficantes en Kufra, donde ellas y cientos de personas más sufrieron terribles abusos. Huda relató que tanto ella como su tía—a quien considera como una hermana—no fueron violadas como tantas otras mujeres allí porque eran muy jóvenes, pero que el hombre que dirigía el lugar las golpeaba con frecuencia. “Una noche nos llevó y nos hizo algo horrible… no nos merecíamos eso”, dijo.
Habtom, un hombre eritreo de 40 años, contó que pasó seis años en Kufra en condiciones similares a la esclavitud. “Los traficantes nos obligaban a trabajar en una granja sin recibir ningún pago”, dijo, añadiendo que grababan vídeos de personas siendo golpeadas para enviarlos a sus familias y amigos con el fin de extorsionarlos y conseguir dinero para su liberación. Cuando él y otras personas fueron capturadas intentando escapar, los traficantes los golpearon “con las culatas de sus armas, tubos, ramas de árboles. No les importa si te estás muriendo”.
El resto de la historia de Habtom ofrece una visión del sistema de explotación y violencia en el que participan tanto los traficantes como actores estatales. Me contó que el dinero que finalmente logró reunir para su liberación le permitió acceder a un “paquete” que incluía el traslado desde Kufra hasta la costa, un primer intento de cruzar en barco, el pago de una posible liberación en caso de ser interceptado y un segundo intento de cruce. Su primer intento apenas duró 30 minutos: la Guardia Costera de Zawiya interceptó la embarcación. Habtom contó que pasó cuatro días en la prisión de Osama antes de que se realizara un pago que le permitió volver a intentarlo.
A través de su apoyo a la Guardia Costera de Libia, la Unión Europea contribuye directamente a este ciclo de abusos extremos. Las instituciones de la UE y sus Estados miembros han invertido millones de euros en programas para fortalecer la capacidad del Gobierno de Unidad Nacional con sede en Trípoli, una de las dos autoridades en disputa en Libia, cuyo poder depende en gran medida de alianzas cambiantes con milicias para interceptar embarcaciones que salen del país.
La agencia de fronteras y guardacostas de la UE, Frontex, sobrevuela el Mediterráneo central con aviones y proporciona las coordenadas de las embarcaciones con personas migrantes, solicitantes de asilo y refugiadas a las autoridades costeras, incluida Libia. Esta información facilita las interceptaciones y convierte a Frontex en cómplice de los abusos.
Casi todas las personas con las que hablé en el Geo Barents, sin importar su nacionalidad, habían sido interceptadas al menos una vez en el mar y detenidas al ser devueltas a Libia. Además de Abebe, otras cuatro personas habían estado detenidas en la prisión de Osama; todas afirmaron haber pagado grandes sumas de dinero para recuperar su libertad.
Sobrevivientes a bordo de la embarcación Geo Barents observan un mapa de Italia, 20 de septiembre de 2024. © 2024 Judith Sunderland/Human Rights Watch
Ahmed, un joven sirio de 16 años, me contó que intentó cruzar el mar en cuatro ocasiones antes de ser rescatado por MSF. En su primer intento, en diciembre de 2023, sufrió quemaduras químicas en todo el cuerpo por la mezcla de gasolina y agua de mar en la bodega del bote de madera donde pasó 13 horas antes de ser interceptado. Meses después, cuando logró recuperarse, lo intentó tres veces más, pero en cada ocasión su embarcación fue interceptada y él terminó nuevamente detenido en Libia.
En su cuarto intento, en agosto, relató que dos lanchas rápidas negras alcanzaron su embarcación casi de inmediato. A él y a unas 130 personas más los trasladaron a la prisión de Osama, donde pasó seis días en una habitación abarrotada y oscura, con un suelo irregular cubierto de aguas residuales desbordadas del inodoro. Ahmed contó que un guardia, que aparentemente le tomó antipatía, le golpeó la cabeza contra una pared. Para ser liberado, tuvo que pagar 1.500 dólares.
El testimonio de Nulan, un ingeniero informático sirio de 24 años, revela un nuevo eslabón en este aterrador rompecabezas: la interceptación por parte de las fuerzas tunecinas y la posterior expulsión a Libia. La Unión Europea ha aumentado su apoyo financiero y político a Túnez para el control migratorio, incluso cuando la situación de los derechos humanos en ese país se ha deteriorado de forma alarmante y las personas migrantes sufren discriminación y abusos.
Frontex sigue el mismo protocolo para alertar a las autoridades tunecinas sobre embarcaciones en el Mediterráneo que con los centros de coordinación marítima de los Estados de la UE, pese a que hay pruebas documentadas de abusos por parte de las fuerzas de seguridad tunecinas, incluyendo el uso excesivo de la fuerza, detenciones arbitrarias, maniobras peligrosas en el mar y expulsiones colectivas.
Nulan contó que, en su primer intento para cruzar el Mediterráneo, en febrero de 2024, llevaba unas 18 horas en el mar cuando las fuerzas tunecinas comenzaron a perseguir su embarcación. Amenazaron con disparar y finalmente lanzaron una red para inutilizar los motores. Relató que lo detuvieron durante la noche, que los guardias confiscaron los teléfonos y el dinero de todas las personas y que luego lo trasladaron, junto con unas cien personas más, hasta la frontera con Libia.
Dijo que lo entregaron al “gobierno libio… que nos estaba esperando en la frontera” y que luego lo llevaron al centro de detención de Al-Assa, unos 20 kilómetros dentro de Libia desde la frontera con Túnez. “No es una prisión, es un lugar de terror. Hay armas por todas partes. Castigan a la gente. No hay comida, no hay agua. Si quieres beber, tienes que ir al baño… Es un lugar espantoso, con personas espantosas. Increíble”. Nulan contó que, tras cuatro días de encierro, tuvo que pagar 1.500 dólares para ser liberado.
Mucha humanidad en un solo barco
Pasé la mayor parte de los tres días de navegación hacia Génova en la “cubierta de resguardo”, donde estaban todos los hombres. Compartí sonrisas con aquellos con quienes no podía comunicarme por la barrera del idioma, observé a personas conversar con entusiasmo, jugar a las cartas o descansar. Con la ayuda de un mapa, intentábamos identificar juntos los nombres de las islas que íbamos dejando atrás a medida que nos acercábamos a la península. Siempre había hombres apoyados en la barandilla en la parte trasera de la cubierta, contemplando el mar, mientras otros charlaban mientras esperaban su turno fuera de la clínica médica para ser atendidos por el médico o la enfermera. Siempre había alguien ayudando al equipo de MSF a limpiar o repartir comida. Una tarde, algunos miembros del equipo de rescate lograron animar a un grupo a hacer ejercicios de estiramiento.
Cuando no estaba allí, me encontraba en la cubierta más pequeña, donde estaban las mujeres y los niños más pequeños. Habría sido un lugar más tranquilo de no ser por los cuatro hijos inquietos de una mujer siria de calma casi sobrenatural. El pequeño Adam, un niño eritreo de 18 meses, no quería quedarse atrás y gateaba sin descanso por todos los rincones del lugar. María, la matrona de MSF, una mujer belga de energía desbordante, sonrisa cálida y mirada atenta se encargaba de los chequeos médicos y pedía a distintas personas del equipo y a observadores como yo que ayudáramos a entretener a los niños.
Algunas mujeres eran conversadoras y curiosas, incluso alegres y esperanzadas, mientras que otras se mostraban más reservadas. Algunas llevaban en su piel las cicatrices del sufrimiento y la violencia vividos en su travesía.
Era mucha humanidad reunida en un solo barco en medio del mar. Cada persona con su propia historia, su personalidad, unidas por las circunstancias a menudo aterradoras de estos viajes, pero también por una inquebrantable voluntad de vivir.
El camino por delante
El ambiente a bordo era electrizante cuando el Geo Barents llegó a Génova el 23 de septiembre. Si bien muchas personas huyen del sufrimiento y los abusos, también avanzan hacia un futuro que desean construir para sí mismas y sus familias, impulsadas por sus aspiraciones y su determinación.
Huda, la joven somalí de 18 años, aprendió inglés por su cuenta viendo películas y leyendo libros en la biblioteca por las noches, mientras trabajaba como empleada doméstica sin sueldo para una familia adinerada en Trípoli durante más de un año. Obligada a dejar la escuela a los 12 años, Huda sueña con estudiar. “Quiero recibir una educación porque no tuve la oportunidad de estudiar en mi país y, durante los últimos cuatro años, solo he estado sobreviviendo. Mi meta es ir a la escuela, aprender. Quisiera ser doctora para poder ayudar a la gente”.
Nada, de 34 años y embarazada de siete meses, y Firaz, un padre de familia de 50 años, ambos de Siria, me contaron que soportaron abusos con la esperanza de ofrecer estabilidad y un futuro mejor a sus hijos. Cuando le pregunté a Ahmed, el joven sirio de 16 años, qué esperaba para su futuro, respondió que quería volver a jugar al tenis y tocar la guitarra, además de continuar sus estudios para convertirse en técnico en prótesis dentales.
Cuando comenzó el desembarco, María, la matrona, describió el momento como agridulce. “Las personas están emocionadas y llenas de esperanza, pero también un poco asustadas”, dijo. “Sabemos lo que les espera: es un nuevo capítulo difícil”. Y tenía razón. Muchas tienen un largo camino por delante. El ambiente hostil hacia las personas migrantes y refugiadas en Europa ocupa los titulares, eclipsando las historias positivas de comunidades acogedoras y de recién llegados resilientes, trabajadores y solidarios. Si se les da una oportunidad justa, la mayoría de quienes llegan y se quedan lograrán salir adelante, ayudando no solo a sus familias, sino también a sus nuevas comunidades.
Últimamente he pasado tiempo conversando con personas que fueron rescatadas en el mar años atrás. France, una joven camerunesa de 18 años, fue rescatada por SOS MEDITERRANEE en 2022. Ahora estudia para ser chef en Auxerre, Francia, y sueña con abrir su propio restaurante de cocina afro-francesa. “Estoy en el camino correcto”, me dijo.
Keita, de 30 años, fue rescatado en 2014 por la Guardia Costera italiana. Originario de Malí, ha trabajado como intérprete (habla ocho idiomas), pero ahora se dedica a la logística en Rímini, Italia, donde terminó asentándose tras desarrollar un estrecho vínculo con una familia italiana. Recientemente, ha solicitado la ciudadanía italiana.
Observar de cerca a las personas que emprenden estos peligrosos viajes nos ayuda a comprender mejor la realidad. Por supuesto, hay desafíos, pero también mucha experiencia en cómo gestionarlos de manera eficaz. Existen oportunidades, beneficios y responsabilidades. Quienes viven en Europa deberían exigir políticas de buen gobierno que respeten los derechos de todas las personas y reflejen nuestros valores compartidos y nuestra humanidad común.
Salvar vidas en el mar y garantizar que las personas sean trasladadas a un lugar seguro debe ser la prioridad. Los grupos que realizan este trabajo vital deberían recibir apoyo, no restricciones. Frontex, con el respaldo de los países de la UE, debería priorizar los rescates por encima de las interceptaciones. La UE debería reorientar de manera fundamental su política migratoria para permitir vías seguras y legales—lo que ayudaría a reducir la dependencia de las redes de traficantes—y suspender su cooperación con fuerzas de seguridad de países que violan los derechos humanos. Toda persona que llegue a una frontera de la UE debería tener la oportunidad de solicitar asilo o presentar otra solicitud para quedarse, en un proceso justo y eficiente.
Abebe, el etíope de voz afable y siempre dispuesto a ayudar, me contó que, aunque le gustaba el aspecto analítico de la estadística, no era su verdadera vocación ni pasión. Lo que realmente quiere es formarse como mecánico. Más que nada, desea poder ayudar a su familia en Etiopía. Su voz se quebró al hablar de los sacrificios de su madre y su preocupación por su hermano menor. Me dijo que cuando se dio cuenta de que el barco que se acercaba en medio del Mediterráneo era un barco de rescate y no la Guardia Costera libia, “por primera vez en mi vida me sentí bien, como un hombre libre. En ese momento, empecé a fijarme metas para el futuro… Lo primero será mejorar la vida de mi madre y la mía. Creo que voy a trabajar duro”.
Judith Sunderland es directora asociada de la división de Europa y Asia Central de Human Rights Watch.