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La victoria de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen permite que aquellos preocupados por el auge del populismo antiliberal suspiren de alivio. Su margen de victoria de dos a uno –superando los pronósticos de las encuestas– representa un "no" contundente de los votantes franceses a la política de odio e intolerancia, antimusulmana y antiinmigrante, de Marine Le Pen.

Sin embargo, apenas un triunfo del liberalismo democrático no es motivo para cantar victoria. El partido de Le Pen todavía podría tener éxito en las elecciones legislativas de Francia en junio. Los populistas siguen en el poder en Hungría y Polonia, y la Unión Europea ha sido lenta en encararse al desmantelamiento del sistema de controles y equilibrios sobre la autoridad ejecutiva y a su desprecio por los valores de tolerancia y apertura del bloque. Mientras tanto, la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, ha dejado claro que el objetivo de su gobierno no es sólo el Brexit, sino también la imposición de límites a la aplicación de las normas de derechos humanos, ya sea mediante la revocación de la Ley de Derechos Humanos de Gran Bretaña o su retirada de la Convención Europea de Derechos Humanos.

Más allá de las fronteras de la Unión Europea, los populistas de una clase u otra están en el poder en Turquía, Rusia, Egipto, India, Filipinas y, por supuesto, Estados Unidos. Cada uno de sus líderes, en nombre del "pueblo", ha demostrado su disposición a atropellar los derechos de las minorías desfavorecidas y, a menudo, incluso a sus principales detractores.

¿Qué se puede hacer para lograr un mayor provecho de la victoria de Macron y seguir avanzando en la lucha contra este peligroso formato de populismo?

Un primer paso útil es comenzar a examinar las preocupaciones públicas explotadas por los populistas. Los populistas son excelentes en ofrecer soluciones fáciles a problemas complejos –generalmente señalando como chivos expiatorios a los más vulnerables–, pero eso no debe distraernos de los agravios reales que se esconden tras su auge.

La economía global y el desarrollo tecnológico han dejado a muchos trabajadores alienados y rezagados: muchos han perdido su empleo o han sufrido una reducción de salario. Es evidente que los líderes que aceptaban la visión económica de que el libre comercio expandiría la economía a beneficio de todos prestaron poca atención a cómo se distribuirían esas recompensas económicas y cómo afectarían a los trabajadores desplazados.

Una estrategia de defensa útil contra el populismo puede lograrse garantizando una red de seguridad social adecuada, medidas para mejorar la capacitación en el empleo y abordar el desempleo, y una distribución más equitativa de los beneficios del crecimiento económico, entre otras cosas mediante una corrección de las políticas fiscales que favorecen injustamente a los ricos.

Una defensa contra el populismo también requiere abordar las cuestiones de la inmigración y la integración. Factores de peso están atrayendo a los inmigrantes a Europa y Occidente: la huida de la persecución, la pobreza y el conflicto, junto con la necesidad de Occidente de trabajadores para compensar la disminución de la población. Sin embargo, los países europeos han hecho un pobre trabajo de integración de las comunidades de inmigrantes, como ponen en evidencia los tramos de desesperanza en los barrios periféricos de París. Defenderse contra el populismo requiere prestar una mayor atención a los obstáculos a la integración, incluyendo la discriminación en la vivienda, la educación, el empleo y la policía. También requiere una discusión más franca sobre el equilibrio apropiado entre la inmigración y la integración ya que, si un gobierno no toma las medidas necesarias para permitir la integración, se asegura una receta para la oposición pública a nuevos inmigrantes.

Quizás lo más importante, combatir el populismo requiere defender los valores democráticos. Con mucha frecuencia los políticos de los partidos mayoritarios han respondido a la amenaza populista con el mimetismo. Eso es lo que hizo el primer ministro holandés Mark Rutte en su apurada victoria en marzo contra el populista Geert Wilders. Los simuladores esperan alejar a los votantes que se sienten atraídos por el mensaje populista, pero terminan por legitimar ese mensaje, de modo que incluso cuando los populistas pierden las elecciones, sus ideas y políticas ganan fuerza.

Está claro que Macron enfrentará desafíos mientras intenta cumplir su promesa de "hacer todo lo posible para que el pueblo francés no tenga más razones para votar por los extremos". Pero por ahora su victoria es alentadora porque se fundó en una enérgica defensa de los principios democráticos, incluida su expresión en la Unión Europea. Al unirse a líderes como la alemana Angela Merkel y el canadiense Justin Trudeau, Macron reafirmó los valores fundamentales de los derechos humanos que rechazan los populistas.

Necesitamos más casos como esos. Los populistas han demostrado que los líderes (y grupos de derechos humanos) occidentales se han equivocado al asumir que el público comparte necesariamente valores de derechos humanos, que la gente siempre entiende la importancia de tratar a los demás de la misma manera en que ellos mismos querrían ser tratados. En última instancia, la defensa contra el populismo no es más fuerte que la aceptación del público de los valores que han construido las sociedades democráticas. Ahora vemos que esos valores necesitan atención constante.

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