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Miles de personas salen a las calles de Barcelona, España, en una masiva manifestación por el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo de 2025. © 2025 Albert Llop/NurPhoto via Getty Images

Cuando los gobiernos se reúnan esta semana en París para una conferencia sobre política exterior feminista, habrá mucho de qué hablar. La descripción del evento, difundida por el Gobierno francés, lamenta que los avances hacia la igualdad de género “no estén produciéndose con la suficiente rapidez”. Se queda muy corta.

Estamos viviendo un retroceso global contra los derechos de las mujeres y las niñas. Los derechos reproductivos están siendo atacadosentodo el mundo. En las Naciones Unidas y otros organismos internacionales, gobiernos antifeministas —cada vez más encabezados por Estados Unidostrabajan activamente para socavar los derechos de las mujeres, mientras el espacio para que nuestras voces sean escuchadas se reduce. En Afganistán, la opresión talibán ha impulsado el reclamo de tipificar el apartheid de género como crimen internacional. Incluso asistimos a debates sobre si las mujeres deberían tener derecho al voto.

La misoginia es una de las herramientas favoritas de los regímenes autoritarios, y demasiados actores les están dejando el campo libre. Estados Unidos y varios países europeos, incluida Francia, han recortado drásticamente la ayuda exterior, perjudicando el trabajo de numerosos grupos que defienden los derechos de las mujeres en todo el mundo.

El término “política exterior feminista” fue acuñado en Suecia en 2014. Aunque el país dio marcha atrás posteriormente, para 2024 una docena de países más, de Europa, América Latina y el norte de África, se habían comprometido a implementarla. Francia publicó su estrategia en marzo.

Los países que se reúnan en París deberían asumir un papel de liderazgo para frenar la erosión de los derechos de las mujeres, adoptando un enfoque interseccional que sitúe en el centro las voces de las mujeres marginadas, incluidas aquellas con discapacidad y las que están en la primera línea de la crisis climática. También deberían reconocer que vale la pena librar la batalla por el lenguaje, tanto en las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU como en otros espacios. Los eufemismos, como evitar el uso del término “género” en las resoluciones, solo sirven para socavar los avances conseguidos.

Pero, como también ha señalado Francia, al ritmo actual la ONU calcula que alcanzar la igualdad de género llevará 300 años. Los países que aplican una política exterior feminista deben no solo oponerse al retroceso, sino también seguir impulsando el progreso.

Deberían exigir que todos los países financien la prevención y protección frente a la violencia sexual y de género, y garanticen el acceso universal a la salud, la educación y la vivienda.

Deberían insistir en que las defensoras de los derechos de las mujeres sean escuchadas en los debates del Consejo de Seguridad, canalizar apoyo a las mujeres que integran las misiones de mantenimiento de la paz y promover la participaciónigualitaria de las mujeres en las negociaciones de paz, la redacción de tratados y otros foros internacionales. Además, deberían avanzar con el caso previsto ante la Corte Internacional de Justicia por violaciones de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, y tipificar el apartheid de género como crimen internacional en el marco de un tratado de la ONU sobre crímenes de lesa humanidad.

Esperamos que la reunión de París genere un verdadero sentido de urgencia, unidad, determinación y voluntad de actuar.

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