Hoy se cumplen dos décadas de la masacre de Andijan, en Uzbekistán. Junto con los sobrevivientes, recordamos a las víctimas, así como la negligencia de la comunidad internacional en los años siguientes.
Lo que ocurrió aquel día ha quedado bien documentado. La gente había estado protestando por el juicio de unos conocidos empresarios locales. El 13 de mayo, después de que unos hombres armados sacaran a los empresarios de la cárcel, se produjo una concentración masiva. La gente salió a la calle para protestar por las terribles condiciones económicas y la represión en el país.
Las autoridades respondieron a sus quejas con balas. Cientos de personas fueron masacradas. Algunos dicen que 750. Otros dijeron que fueron más. Nadie creyó la estimación del gobierno de menos de 200.
Quizá nadie sepa nunca el número real. El gobierno uzbeko rechazó las peticiones de una investigación independiente y, a día de hoy, niega todo el alcance de la masacre de Andiyán.
Lo que sí se sabe es que, tras la matanza, las autoridades detuvieron a todas las personas que creían que tenían relación con las protestas o que habían sido testigos del asesinato en masa. Cientos de personas se vieron obligadas a huir del país. Las autoridades continuaron su cacería en el extranjero y, en el país, tiranizaron durante años a las familias de quienes habían huido.
La represión política se abatió sobre el país. Defensores de los derechos humanos y periodistas fueron enviados a cárceles uzbekas, conocidas por sus torturas.
La UE y Estados Unidos no tardaron en reaccionar ante la masacre, condenando los asesinatos y pidiendo una investigación independiente. Pero pronto -vergonzosamente rápido- se echaron atrás.
Las sanciones selectivas de la UE contra los principales responsables de la masacre se suprimieron en 2008. La presión más fuerte dentro del bloque procedió de Alemania, con una base militar en Uzbekistán, utilizada para apoyar operaciones en el vecino Afganistán.
Consideraciones similares llevaron también al colapso de la resolución inicial de Washington: una base militar estadounidense en Uzbekistán.
Esta "realpolitik" -es decir, la voluntad de trabajar con asesinos en masa- no sólo parece inmoral, sino también bastante inútil hoy en día. Desde la perspectiva de 2025, con los talibanes de nuevo en el poder en Afganistán, ¿merecía realmente la pena apoyar una dictadura brutal en Uzbekistán?
En la actualidad, Uzbekistán ha experimentado algunos cambios, pero en general persisten las pautas. Un nuevo presidente mostró algunos primeros signos de reforma. Algunos presos políticos fueron liberados. Pero las esperanzas han resultado ser solo un espejismo.
Las autoridades siguen atentando contra la libertad de expresión. Siguen atacando a activistas y periodistas. Se sigue torturando, y los torturadores siguen saliéndose con la suya.
Tampoco parece haber mejorado mucho la forma en que las fuerzas de seguridad responden a las protestas públicas a gran escala. Cuando estallaron las manifestaciones en la región de Karakalpakstán en 2022, las autoridades utilizaron fuerza letal contra ellas. Murieron casi dos docenas de personas. Entonces, como antes con la masacre de Andijan, las autoridades culparon y castigaron a los presuntos organizadores.
Hoy, 20 años después, no recordamos la masacre de Andijan porque sea cosa del pasado. La recordamos porque aún está con nosotros, en el presente.