La jornada empezó de manera pacífica. Cientos de hombres, mujeres, niños y niñas centroamericanos se trasladaban a pie con pancartas y carritos de bebés desde el estadio Benito Juárez hacia el punto de ingreso en El Chaparral, en la frontera entre EE. UU. y México. Marchaban para pedir asilo y agradecer a las autoridades mexicanas por su apoyo.
Sin embargo, para el final del día, el acorazado cruce fronterizo entre Tijuana y San Diego quedó cerrado momentáneamente mientras agentes fronterizos y policías estadounidenses lanzaban proyectiles de gas lacrimógeno hacia migrantes, incluidos niños pequeños y mujeres, del lado mexicano de la frontera, provocando que cundiera el pánico. Conforme al derecho estadounidense e internacional, el cruce no autorizado no constituye fundamento para impedir que alguien pida asilo, ni tampoco cambia los límites al uso adecuado de la fuerza.
Entonces, ¿qué fue lo que sucedió?
Ante una masa de personas que no llevaban armas, todos los policías federales mexicanos que vi se posicionaban con cascos y escudos, e intentaban dirigir y dispersar a la multitud, al parecer sin recurrir innecesariamente a la fuerza.
Pero algunas personas avanzaron entre la multitud y traspasaron la línea de escudos policiales, generando una columna que rápidamente se amplió a decenas de inmigrantes que intentaron correr hacia el territorio estadounidense.
Cuantas más personas corrían hacia la frontera, más las imitaban. Observé a los migrantes empujar carritos de bebés y sillas de ruedas con sus escasas pertenencias a cuestas, atravesando el río Tijuana hacia las oficinas inmigratorias mexicanas y cruzando las vallas en dirección a las vías de tren.
Debido a las fuertes medidas de seguridad en la frontera estadounidense, el intento de los migrantes de cruzar estaba predestinado al fracaso, aun si se aferraban a la esperanza de poder cruzar de algún modo.
Estos migrantes enfrentan restricciones extremas impuestas por el Gobierno de EE. UU. a la posibilidad de plantear sus pedidos de asilo en los puntos de ingreso (según informes periodísticos, el viernes se permitió el ingreso de 80 personas, y esta cantidad se redujo a 40 el sábado y el domingo).
La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE. UU. (U.S. Customs and Border Protection, CBP) justificó el uso de la fuerza indicando que “varios migrantes arrojaron proyectiles a los agentes”. Munidos de escudos y cascos, los agentes respondieron disparando cartuchos de gases lacrimógenos a las masas donde había numerosas mujeres y niños. Podían ver fácilmente a estas familias desde los tres helicópteros –dos de la Infantería de Marina de EE. UU. y uno de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE. UU.— que sobrevolaban continuamente el lugar, a pocos metros de las cabezas de todos los presentes, yo incluido.
Conforme a estándares internacionales de derechos humanos, los guardias fronterizos, al igual que cualquier otra fuerza policial, solamente podrán usar la fuerza cuando sea necesario, y la fuerza empleada debe ser proporcional a la gravedad del delito y el objetivo legítimo que se pretende lograr.
Una mujer me contó que se desmayó a causa de los gases lacrimógenos. Esto no es sorprendente: desde varios cientos de metros de distancia se podían sentir los efectos de los productos químicos que contienen los cartuchos, y que según la descripciónde los fabricantes “incluyen sales de plomo y cromo hexavalente, que el Estado de California ha señalado que causan malformaciones congénitas y otros daños reproductivos”.
Sin embargo, la situación podría haber sido peor. Aunque no es común que se emitan disparos de un lado a otro de la frontera, esto ocurre a veces. En mayo, The Guardian informó que, desde 2003, agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza mataron al menos a siete migrantes que estaban en suelo mexicano.