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Una mujer camina al lado de estanterías vacías en una farmacia en Caracas, 23 de febrero de 2016. © 2016 Reuters

El mayor temor de Yelitza López es enfrentar una enfermedad grave sin calmantes para el dolor. Ese temor es muy real para ella, dado que su madre, Divisay, tiene cáncer avanzado y sufre ataques de dolor agudo.

“Es muy duro verla sufrir”, dijo a Human Rights Watch durante una entrevista telefónica en julio. “Cuando se acabe, voy a tener que ver si consigo un poco más [de medicinas]... eso me preocupa”.

Su preocupación es entendible. A medida que la crisis venezolana se ha profundizado, la morfina y otros analgésicos opioides, al igual que muchos medicamentos esenciales, han desaparecido casi totalmente de las estanterías de las farmacias. “El ministerio de Finanzas se niega a liberar los fondos necesarios para comprar más morfina para el sistema de salud público”, señala la Dra. Patricia Bonilla, fundadora de la Sociedad Venezolana de Medicina Paliativa y médica de Divisay López. “Se nos ha acabado”.

Yelitza López todavía tiene una pequeña cantidad de analgésicos gracias a la Dra. Bonilla, que ha estado recogiendo sobrantes de medicamentos de las familias que ya perdieron a sus seres queridos. Pero una vez que se le acaben, no sabe cómo ayudará a su madre cuando la aqueje el dolor. “El dolor la deja totalmente incapacitada: no puede sentarse, pararse ni comer”. 

Miles de otras familias en Venezuela están en una situación similar. De hecho, es probable que muchas personas estén peor y directamente no tengan acceso a morfina. Más de 23.000 venezolanos mueren de cáncer cada año; y cerca del 80 % de esas personas manifiestan dolor moderado a severo en los últimos meses de vida. Muchos otros tienen algún tipo de cáncer que podría ser tratable, pero que igualmente provoca dolores intensos.

Sin tratamiento adecuado, el dolor puede afectar gravemente la calidad de vida tanto de los pacientes como de sus seres queridos. Human Rights Watch ha entrevistado a pacientes con dolor en una decena de países, y estas personas describen el dolor que sienten de manera similar a las víctimas de tortura: el dolor es intolerable y harían cualquier cosa para que se detenga. Muchos dicen que ven a la muerte como la única salida; hubo quienes afirmaron que tenían pensamientos suicidas, y algunos de hecho intentaron quitarse la vida.

Antes de la crisis actual, el sistema de salud de Venezuela ofrecía servicios de cuidados paliativos bastante buenos, con amplia disponibilidad de morfina. Sin embargo, con la severa escasez actual, la Dra. Bonilla afirma que su vida se ha convertido en una búsqueda constante de medicamentos para que sus pacientes no tengan que sufrir. Dice que está continuamente buscando nuevas formas creativas de conseguir morfina para sus pacientes. Además de juntar medicamentos de pacientes que han fallecido, aconseja a las familias que vayan a Colombia u otros países de la región, o incluso que los compren en el mercado negro (esta es una propuesta riesgosa, pues no hay forma de saber si el medicamento es genuino). También intenta activamente coordinar donaciones de médicos de cuidados paliativos en España y otros países. “Pero no es posible enviar estos medicamentos por correo [pues se trata de sustancias controladas]. Alguien tiene que traerlas físicamente en su equipaje y cruzar la frontera”.

Los esfuerzos extraordinarios de Bonilla y algunos de sus colegas han contribuido a mitigar el suplicio de algunos pacientes. Pero otros miles no tienen tanta suerte. El gobierno venezolano debería intervenir de manera urgente y asegurar que la morfina vuelva a estar disponible, para que los pacientes de cáncer en el país no tengan que morir sufriendo un profundo padecimiento.

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