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¿Realmente necesitamos un trillonario?

Boletín informativo, 16 de enero de 2024

Alimentos y productos para el hogar se disponen para ser entregados a los necesitados en la organización benéfica Dads House, en el distrito londinense de West Brompton (Reino Unido), el 13 de octubre de 2022. © 2022 Mary Turner/Bloomberg via Getty Images

Con motivo de la reunión anual de la élite más selecta en Davos, me acuerdo de una discusión que tengo a menudo con un viejo amigo.

Siempre empieza con alguna noticia sobre el número de multimillonarios en algún lugar: "Estados Unidos está muy bien, ¡mira el número de multimillonarios que tienen!". O, "puedes ver que China está mejorando por el creciente número de multimillonarios que hay allí". O, "¡mira el número de multimillonarios que hay ahora en la India!".

La perspectiva del primer trillonario del mundo le tiene casi insoportablemente entusiasmado: "¿Quién será?".

A estas amistosas provocaciones, al final me quiebro y respondo con algo así como: ¿necesita realmente la humanidad un trillonario? ¿En qué sentido será mejor el mundo cuando alguien se convierta en el primer trillonario?

Entonces le recuerdo que el número de superricos no dice nada sobre la grandeza de un país. Para mí, la grandeza tiene mucho más que ver con la felicidad general de su población. Algunos dicen que los multimillonarios crean riqueza (y por tanto felicidad, a sus ojos), pero, prácticamente por definición, más bien parece que la acaparan.

La inmensa riqueza siempre ha despertado admiración entre mucha gente como mi amigo, pero también aumenta la envidia y el resentimiento de otros. Un sistema que se percibe como que beneficia injustamente a unos pocos mientras que a la gran mayoría se le dice que viva de las sobras de lo que dejan los ricos no me parece un sistema estable. No veo ningún beneficio nacional en ello.

Además, la desigualdad extrema es una cuestión de derechos humanos. Entre otras cosas, contribuye a la corrupción y a la mala gestión de los recursos públicos, lo que reduce aún más el acceso a las condiciones esenciales para una vida digna: atención sanitaria asequible, educación de calidad, vivienda adecuada, un salario digno, protección social y agua potable.

Las investigaciones de Human Rights Watch exponen con frecuencia cómo las personas en situación de pobreza suelen ser más vulnerables a la violación de sus derechos. Las disparidades extremas de riqueza implican disparidades extremas de poder y, por tanto, un mayor potencial de violaciones de los derechos humanos, lo que, por supuesto, suele ocurrir más a quienes carecen de poder que a quienes lo tienen.

Coincidiendo con la llegada de los jets privados de los multimillonarios a la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), Oxfam ha publicado un nuevo informe sobre la desigualdad mundial. En él se lee:

"Desde 2020, los cinco hombres más ricos del mundo han duplicado sus fortunas. Durante el mismo periodo, casi 5,000 millones de personas en todo el mundo se han empobrecido. Las penurias y el hambre son una realidad cotidiana para muchas personas en el mundo. Al ritmo actual, tardaremos 230 años en acabar con la pobreza, pero podríamos tener nuestro primer trillonario en 10 años".

Eso no me suena a grandeza.

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