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Emma González, una estudiante de último curso de secundaria en el Marjory Stoneman Douglas High School, habla con los medios de comunicación después de pedir un mayor control de armas en una manifestación celebrada tres días después del tiroteo en su escuela en Fort Lauderdale, Florida, EE.UU., 17 de febrero de 2018.  © 2018 Reuters/Jonathan Drake

Hasta hace dos semanas, Emma González, de 18 años, ni siquiera tenía una cuenta de Twitter. Hoy, @Emma4Change tiene casi un millón de seguidores, muchos más de los que tiene la Asociación Nacional del Rifle. Su discurso We Call BS (Denunciamos la estupidez), pronunciado apenas tres días después del tiroteo en Parkland, Florida, que se cobró la vida de 14 de sus compañeros de clase y tres profesores y empleados, ha sido visto más de 2 millones de veces.

En un período de tiempo notablemente corto, los estudiantes activistas que sobrevivieron a la masacre en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas High School han galvanizado un debate nacional sobre la violencia armada y la seguridad escolar, han organizado huelgas escolares y manifestaciones en todo el país y han convocado una “Marcha por nuestras vidas” nacional en Washington para el 24 de marzo.

Mientras que muchas personas se sienten inspiradas y animadas por el movimiento estudiantil Never Again (Nunca más), otras voces se han mostrado cínicas e incluso hostiles, acusando a los estudiantes de ser actores pagados, infiltrados del FBI o jóvenes manipulados por grupos a favor del control de armas. Bill O'Reilly cuestionó si los medios deberían estar “promoviendo las opiniones de adolescentes que se encuentran en un estado emocional y enfrentan una extrema presión de grupo”. Incluso los observadores más partidarios de la causa se han mostrado escépticos ante las habilidades o el compromiso a largo plazo de los estudiantes para lograr un cambio real.

En mis 20 años como activista por los derechos de los niños, aprendí que subestimar a los jóvenes activistas es un error. Hace más de un siglo, trabajadores textiles infantiles en huelga marcharon con Mother Jones desde Pensilvania hasta la casa del presidente Theodore Roosevelt en Nueva York, ayudando a sentar las bases para las leyes de trabajo infantil de EE.UU. En 1963, miles de niños abandonaron sus aulas para marchar a través de Birmingham como parte de la Cruzada Infantil, ayudando a cambiar el rumbo de la opinión pública a favor del movimiento por los derechos civiles.

Los adolescentes afroamericanos llevan años movilizándose contra la violencia armada en respuesta a las muertes por disparos de menores como Trayvon Martin, de 17 años, en Florida; Hadiya Pendleton, de 15 años, en Chicago; y Tamir Rice, de 12 años, en Cleveland. En julio de 2016, cuatro adolescentes afroamericanas encabezaron una marcha de más de 1.000 personas por la avenida Michigan en Chicago para protestar contra la violencia armada. Un grupo de amigos de la escuela secundaria de Pendleton lanzaron la campaña anual Wear Orange (Viste Naranja), en referencia al color que usan los cazadores en el bosque. Los adolescentes negros también se han manifestado como parte del movimiento Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan), han participado en sentadas y debates sobre políticas, y se han reunido con candidatos políticos sobre la violencia con armas de fuego.

Los adolescentes activistas no son algo exclusivo de Estados Unidos. En todo el mundo, los estudiantes de secundaria han estado a la vanguardia del cambio social. Después del final de la guerra civil de Sierra Leona en 2001, Chernor Bah, de 15 años, dirigió una campaña nacional a favor de la educación gratuita. Hasta entonces, los niños tenían que pagar para asistir a la escuela. Para las familias pobres, las tasas a menudo eran prohibitivas, y el propio Bah había sido expulsado varias veces por no pagar. Bah y algunos de sus amigos formaron clubes infantiles en todo el país, organizaron foros públicos con políticos, comenzaron un programa de radio semanal y redactaron un Manifiesto de los Niños pidiendo educación gratuita. En un año, el gobierno adoptó una política de educación gratuita y cientos de miles de niños se matricularon en la escuela por primera vez.

En otros países, los niños se están movilizando para acabar con el matrimonio infantil. En Malawi, por ejemplo, las niñas han persuadido a jefes de aldeas para que promulguen leyes locales que protejan a los niños del matrimonio precoz y han ayudado a convencer al Parlamento nacional para que aumente la edad mínima para contraer matrimonio de 15 a 18 años.

En EE.UU., Portugal, Uganda, India y Pakistán, los niños han acudido a los tribunales para demandar a sus gobiernos por no protegerlos de los efectos del cambio climático. En 2015, un colectivo de niños en Países Bajos ganó una demanda contra el gobierno holandés, alegando que estaba incumpliendo con negligencia las políticas para eliminar el calentamiento global. El tribunal ordenó al gobierno reducir las emisiones en un 25 por ciento en cinco años.

Desde luego, los niños no presentan demandas por sí mismos. Como todos los activistas, necesitan aliados, incluidos adultos, para apoyar sus esfuerzos. Pero eso no disminuye su derecho a hablar y ser escuchado, ni su capacidad para dirigir.

La semana pasada en Texas, cuando los estudiantes de secundaria planearon una huelga escolar para protestar por la violencia con armas de fuego, el director de la escuela los amenazó con expulsiones de tres días. En respuesta, los funcionarios de admisiones universitarias de MIT, Cal Tech, Smith, UMass y otras escuelas publicaron tuits en apoyo de las protestas pacíficas y dejaron en claro que las acciones disciplinarias resultantes de manifestaciones pacíficas no afectarían las posibilidades de admisión de los estudiantes. Otros adultos también deberían apoyar, en lugar de penalizar, el activismo de los estudiantes.

Todavía es muy pronto para saber a dónde conducirá el movimiento de estudiantes Never Again. Pero el poder de los adolescentes para cambiar el mundo no debería estar en duda.

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