(Sídney)- Las personas con discapacidad en las cárceles de Australia corren un grave riesgo de sufrir violencia sexual y física, y son recluidas de manera desproporcionada en régimen de aislamiento durante 22 horas al día, dijo Human Rights Watch en un informe publicado hoy.
El informe de 93 páginas “I Needed Help, Instead I Was Punished: Abuse and Neglect of Prisoners with Disabilities in Australia” (“Necesitaba ayuda y en su lugar fui castigado: el abuso y la falta de cuidado de presos con discapacidad en Australia”) examina cómo los presos con discapacidades, incluidos los aborígenes y los isleños del estrecho de Torres, corren un grave riesgo de intimidación, acoso, violencia y abuso por parte de otros presos y el personal penitenciario. Los reclusos con discapacidades psicosociales (enfermedades de salud mental) o discapacidades cognitivas en particular pueden pasar días, semanas, meses e incluso años encerrados en solitario en unidades de detención o seguridad.
Los gobiernos estatales y federales deberían poner fin al uso del confinamiento en solitario para los reclusos con discapacidad, garantizar la disponibilidad de servicios adecuados para atender sus necesidades y examinar de manera más efectiva a los presos para detectar discapacidades cuando ingresan en prisión.
“Estar encarcelado en Australia puede ser muy estresante para cualquiera, pero es especialmente traumático para los presos con discapacidad”, dijo Kriti Sharma, investigadora de derechos de las personas con discapacidad de Human Rights Watch y autora del informe. “Los servicios para apoyar a un prisionero con una discapacidad simplemente no existen. Y lo que es peor, estar discapacitado los pone en alto riesgo de sufrir violencia y abuso”.
Human Rights Watch investigó 14 cárceles de adultos en Australia Occidental y Queensland y entrevistó a 275 personas, incluidos 136 presos actuales o recientemente liberados con discapacidad, así como personal penitenciario, profesionales de la salud y la salud mental, abogados, académicos, activistas, familiares o tutores, y funcionarios del gobierno.
Las personas con discapacidades, particularmente psicosociales o cognitivas, están dramáticamente sobrerrepresentadas en el sistema de justicia penal en Australia: el 18 por ciento de la población del país, pero casi el 50 por ciento de las personas que ingresan en prisión. Los aborígenes y los isleños del estrecho de Torres comprenden el 28 por ciento de la población carcelaria de adultos a tiempo completo de Australia, pero sólo el 2 por ciento de la población nacional. Dentro de este grupo, las personas con discapacidad que son aborígenes e isleños del estrecho de Torres tienen incluso más probabilidades de terminar entre rejas.
Sin embargo, las prisiones no identifican adecuadamente a las personas con discapacidad y no están equipadas para atender sus necesidades, ya que a menudo carecen de los servicios más básicos.
En 9 de 14 cárceles, los presos con discapacidades físicas tenían que esperar para tener acceso al baño o ducharse, orinar o defecar en condiciones humillantes porque no podían acceder al baño. “Los aseos no son accesibles”, dijo un prisionero. “No puedo entrar con mi silla de ruedas. Tengo que orinar en una botella”. Otro dijo: “Tengo que usar un pañal todos los días. No me siento como un hombre; siento que me arrebatan mi dignidad”.
La gran mayoría de las prisiones de Australia Occidental y Queensland están superpobladas. En nueve prisiones, las personas a menudo se vieron obligadas a “duplicarse”, con dos y, a veces, hasta tres personas en una celda construida para uno. Compartir celdas también puede poner a los presos con discapacidad en mayor riesgo de sufrir violencia verbal, física o sexual.
Entre los entrevistados, 41 personas dijeron haber sufrido violencia física y otros 32 actos de violencia sexual por parte de otros reclusos o miembros del personal penitenciario. Debido al estigma y el temor a las represalias, la violencia sexual está oculta y es difícil de documentar, pero está siempre presente tanto en las cárceles masculinas como en las femeninas.
Algunos reclusos con discapacidad con altas necesidades de apoyo tienen “cuidadores de prisión”: otros prisioneros a quienes las autoridades penitenciarias pagan para cuidarlos. En una prisión, el personal le dijo a Human Rights Watch que seis de cada ocho cuidadores eran delincuentes sexuales condenados y uno de ellos violaba regularmente al preso discapacitado a su cargo.
En 11 de las 14 cárceles, Human Rights Watch encontró evidencia de racismo hacia los aborígenes y los presos isleños del estrecho de Torres. Uno de esos prisioneros con una discapacidad psicosocial dijo: “Los oficiales me llaman ‘hijo de puta negro’ montones de veces, es normal”.
Los reclusos en confinamiento solitario suelen pasar 22 horas o más al día encerrados en pequeñas celdas, selladas con puertas sólidas, e incluso el contacto con el personal puede ser sin palabras.
Casi todas las unidades de confinamiento solitario que Human Rights Watch visitó estaban llenas y la mayoría de los presos con discapacidad entrevistados habían pasado tiempo en una de ellas. Si bien el aislamiento puede ser psicológicamente dañino para cualquier recluso, sus efectos pueden ser particularmente perjudiciales para alguien con una discapacidad psicosocial o cognitiva.
Human Rights Watch descubrió que algunos presos pueden pasar años en confinamiento solitario prolongado. Un hombre con una discapacidad psicosocial ha pasado más de 19 años en régimen de aislamiento en una unidad de máxima seguridad.
Bajo estándares internacionales, el “confinamiento de presos por 22 horas o más al día sin contacto humano significativo” equivale a confinamiento solitario. Según el relator especial de las Naciones Unidas sobre la tortura, la imposición de confinamiento solitario “a las personas con discapacidad mental constituye un trato cruel, inhumano o degradante”.
“Ingresar a las personas a unidades de detención o de seguridad se ha convertido en una práctica común para los presos con problemas de salud mental”, dijo Sharma. “Sin la capacitación adecuada ni alternativas, el personal penitenciario a menudo siente que no tiene otra opción que encerrarlos en régimen de aislamiento”.
Los gobiernos de los estados y territorios deberían llevar a cabo una supervisión regular e independiente de las cárceles para investigar las condiciones de reclusión de los presos con discapacidad, incluidos los aborígenes y los isleños del estrecho de Torres, y garantizar que no sufran abusos, recomendó Human Rights Watch. Queensland, Australia Meridional, Victoria y el Territorio del Norte deberían crear una oficina del inspector de servicios de custodia que sea independiente, tenga recursos adecuados y reporte directamente al Parlamento.
Las cárceles deberían adoptar de inmediato sistemas efectivos para examinar a los presos con discapacidad cuando ingresan en prisión y brindarles acceso adecuado a servicios de apoyo y salud mental. Deberían asegurarse de que todo el personal penitenciario reciba capacitación periódica y sensible al género y a las diferencias culturales para la interacción con personas con discapacidad.
Lo que es más importante, los gobiernos estatales y territoriales deben poner fin a la reclusión en régimen de aislamiento para los presos con discapacidad.
“Los funcionarios australianos deberían iniciar de inmediato investigaciones sobre el uso del confinamiento en solitario contra los presos con discapacidad y poner fin a esta práctica deshumanizante”, dijo Sharma.
Selección de testimonios:
El personal aterroriza a las personas en la UD [unidad de detención]. “Ven aquí, perro, ven aquí”, me decían (...) Estaba llorando, pero no respondieron. Abrían la reja [en la puerta de la celda] y se reían de mí. Una vez tragué pilas delante de ellos. [Un oficial] me escupió en la cara. Dijo que haría saltar mis dientes por toda la celda de un puñetazo. Otros siete funcionarios estaban allí. Dijeron que mi comportamiento era perturbador. Me corté las [venas de las] muñecas. No hicieron nada, se limitaron a permanecer sentados en la cama. [Más tarde] me llevaron al hospital. Luché con ellos, no quería [ir]. Me esposaron y me encadenaron los pies. El dolor era insoportable. Empecé a portarme mal (...) Necesitaba hablar con alguien, pero me ignoraron.
– Un prisionero con una discapacidad psicosocial (nombre y datos protegidos por Human Rights Watch), Australia Occidental, 2016
Me atacaron cuatro oficiales. Me había portado mal el día anterior así que estaban tratando de darme una lección. El oficial superior me pisó la mandíbula con el pie mientras que el otro me golpeaba la cabeza y me sujetaba. Me dijeron: “Tú no diriges esta prisión, pequeño hijo de puta, lo hacemos nosotros”, y me cortaron la ropa. Me dejaron desnudo en el suelo del patio de ejercicios durante un par de horas antes de darme ropa limpia. Probablemente lo hicieron para humillarme. Los oficiales me llaman “hijo de puta negro” muchas veces, es normal.
– Un prisionero aborigen e isleño del estrecho de Torres con una discapacidad psicosocial (nombre y datos protegidos por Human Rights Watch), Queensland, 2017
Me agredieron sexualmente [otros prisioneros] (...) Sé que al menos uno de ellos me violó, pero prácticamente me desmayé. Estaba sangrando, todavía sangro a veces. Lo denuncié el mismo día a dos de los súpers [superintendentes], rellené el formulario de solicitud médica. Me dijeron que si lo denunciaba, me meterían en la UD [unidad de detención] durante seis meses. Así que rompí el formulario delante de ellos. Luego, cuando volví a la unidad, me golpearon unos tipos, pero no eran los que me habían atacado antes (...) Me dieron una paliza y me pisotearon. Me llamaron “perro [traidor]”.
– Un prisionero con discapacidad cognitiva (nombre y datos protegidos por Human Rights Watch), Queensland, 2017
Ellos [los prisioneros aborígenes e isleños del estrecho de Torres] prefieren no decir nada y seguir enfermos en lugar de ir a ver a una enfermera porque esta les diría: “Vete, estás exagerando” (...) El racismo está muy presente (...) Se manifiesta en los estereotipos: los presos aborígenes son todos drogadictos, todos están involucrados en la violencia doméstica, todos buscan drogas o son mentirosos. [...] Si cuestionan a la enfermera diciendo que tuvieron una reacción alérgica, ella les dice: “Tú, hijo de puta negro, no sabes de lo que estás hablando. Yo soy la enfermera aquí. Siéntate, cállate y toma tus medicamentos”. Muchas de las enfermeras son muy duras con sus comentarios, insultándolos, menospreciándolos.
– Un funcionario de enlace cultural aborigen, encargado de facilitar la comunicación y la interacción entre los presos aborígenes y los isleños del Estrecho de Torres y el personal penitenciario (nombre y datos protegidos por Human Rights Watch)
No he visto a nadie con una discapacidad intelectual que no haya empeorado en prisión. A menudo son castigados [por el personal penitenciario] cuando luchan por comunicarse o piden ayuda. El personal no entiende que las personas con discapacidades intelectuales no entienden lo que está sucediendo. El personal se toma las cosas personalmente y luego actúa enojado contra el prisionero.
– Psiquiatra que ha trabajado durante años en una prisión (nombre y datos protegidos por Human Rights Watch)
En un caso, un prisionero estuvo en confinamiento solitario durante 28 días. Después de una semana, cuando finalmente se le concedió acceso al ejercicio diario, la colocaron en un dispositivo de restricción, un cinturón corporal al que se acoplaban las esposas del preso, que restringía su movimiento. Durante el período de ejercicio, los oficiales penitenciarios se burlaban de él, le silbaban como si fuera un perro y le dijeron que gatease sobre las manos y las rodillas.
– Abogado de un preso (nombre y detalles protegidos a petición del interesado)