La habitación de la infancia de Reed Brody (Nueva York, 1953) estaba literalmente empapelada con mapas de los países a los que deseaba viajar. Hoy puede decir que ha recorrido todos ellos como abogado defensor de los derechos humanos, los últimos 20, bajo el paraguas de Human Rigths Watch. En su carrera, ha ayudado a redactar la primera constitución democrática de Mongolia, formado a activistas en El Salvador, asesorado a oenegés en Filipinas, donde conoció a los escuadrones de la muerte. También ha participado en el proceso al presidente de Haiti Jean-Claude Duvalier y en el de Pinochet. En una cumbre africana se atrevió a interrogar a Gadafi sobre los opositores de su país, pero el que no osó traducirle fue el intérprete, así que Brody se quedó sin una respuesta.
Brody era en 1984 un prometedor letrado dedicado a los derechos de los consumidores en la oficina del fiscal general de Nueva York cuando abandonó su trabajo y se marchó a Nicaragua cinco meses. Recorrió el país documentando las atrocidades a las que el grupo paramilitar de la Contra sometía a la población. Al regresar a Estados Unidos su informe se convirtió en portada de los principales medios y su gobierno tuvo que dejar de financiar a esta guerrilla. Fue un primer logro para este letrado que dedica su vida a perseguir dictadores para llevarlos ante un juez. “Siempre he sido muy malo tomando decisiones, pero en ese momento, sentí un impulso que me llevó a realizar ese viaje”, explica.
Tal vez la semilla de la defensa de los derechos humanos se había plantado ya en su infancia, con el ejemplo de su madre, profesora de arte en un gueto de Brooklin, y de su padre, un judío húngaro que le contaba historias sobre las penurias que experimentó en los campos de trabajo alemanes durante la segunda Guerra Mundial. Y puede que germinara en su época estudiantil, cuando lideraba manifestaciones contra la guerra de Vietnam: “En esa época las personas aún creían que podían cambiar el mundo”.
Pero tiene claro qué es lo que le motiva ahora: le perseverancia de las víctimas. “El dolor por la pérdida de un familiar nunca se puede extinguir. Si matan a tu padre, vas a querer saber por qué el resto de tu vida y desearás que castiguen al dictador. Personas como Ismaël Hachim fueron las que llevaron a Brody a continuar la persecución del dictador del Chad entre 1982 y 1990, Hissène Habré, a pesar de que cuenta por centenares las voces que en estos últimos 15 años le han aconsejado que abandonara esta lucha. Este año previsiblemente será juzgado. Una de las pruebas clave son los centenares de documentos que recogen las torturas y ejecuciones de miles de víctimas con nombres y apellido y que Brody encontró por casualidad en una oficina abandonada de la antigua policía chadiana.
Hachim guio a Brody por las tripas de La piscine, una de las cárceles más aterradoras del régimen de Habré, al que acusan de la muerte de 40.000 personas. Él la conoció muy bien, sufrió entre sus muros un encierro de años, en una celda atestada de presos con un único agujero en el techo, en el que convivía en ocasiones con cadáveres de compañeros que perecían a su lado y tardaban días en ser retirados. En sus paredes aún pueden leerse mensajes escritos en francés como “el hombre está hecho para el dolor y el sufrimiento”. El expresidente de Chad sembró el país con estas cárceles, una de ellas, se ubicaba en el jardín trasero de su casa.
La carrera como abogado de causas humanitarias está sembrada de derrotas. “Sabes que defiendes una causa justa, pero que nunca ganarás”, ironiza Brody. Son muy pocas las botellas de champán que ha podido descorchar por la victoria en un caso, y una de ellas la abrió en Londres, hace 15 años, rodeado de exiliados chilenos. Brody acudió a la capital inglesa unos días como abogado de la acusación en el proceso del dictador Pinochet, sobre el que pesaba una orden de extradición a España dictada por el juez Garzón. Acabó quedándose los ocho meses que se dilató la decisión de los lores.“Era una señal, que se procesara a uno de los dictadores más simbólicos, al amigo de Margaret Thatcher en un país conservador como Inglaterra”. El abogado sintió en aquella ocasión que la justicia le motivaba a seguir hacia adelante: “Marcó un antes y un después”.
Brody recuerda con nostalgia aquel día y también con tristeza al remarcar que ese logro en la España actual sería imposible. El cazador de dictadores se lamenta de la eliminación de la justicia universal: “Es una auténtica vergüenza, no para España, sino para el resto del mundo. Este país era el templo de la justicia internacional, las víctimas sabían que había un tribunal y un juez al que podían acudir para reclamar sus derechos”.
Tras años de avances, Brody siente que la lucha por los derechos humanos ha dado un paso atrás y que los dictadores van a seguir existiendo “porque pueden”. En la persecución de tiranos también hay clases, según el abogado. “No es lo mismo juzgar a un dictador del tercer mundo que a un Bush o un Putin”. El miedo a los todopoderosos y la debilidad de las instituciones internacionales frenan los procesos a los presidentes de las primeras potencias.
Otro mapa sigue marcando su día a día. El que tiene colgado en su despacho neoyorquino con las fotografías de los dictadores encima de sus respectivos países. Este año, tras el juicio a Habré, podrá marcar con una equis una de esas imágenes.