Probablemente lo más peligroso en política es cuando un líder necesita el conflicto - cuando depende del conflicto para su poder político, quizá no conoce otra forma de aferrarse a él.
Infunde miedo a los demás, lanza provocaciones deliberadas para incitar a la violencia, para luego ampliar el conflicto, todo por su propio poder. No piensa en la amenaza de muerte y destrucción a la que se enfrentan los demás por su culpa.
Al parecer, a los oponentes les quedan dos malas opciones. Si luchan, le dan más de lo que quiere: el conflicto utilizado para justificar su poder. Si permanecen pasivos, él intensifica la escalada de todos modos, porque necesita el conflicto.
Y así, un país parece al borde de algo desastroso.
La situación no ha surgido de la nada, por supuesto. Desde hace tiempo, mucha gente ha sentido que se acercaba cada vez más a la oscuridad, a un abismo de violencia masiva.
Las tensiones han ido en aumento y han surgido líderes que, en lugar de tratar de enfriarlas, han buscado exacerbarlas para ampliar su influencia.
Como el presidente serbio Slobodan Milošević en Yugoslavia a finales de los años ochenta y noventa, estos políticos dicen: esa otra gente es peligrosa, pero yo los protegeré. Las tensiones -el conflicto, las guerras- se convirtieron en el centro de su supervivencia política.
En algún momento de una situación así, la disminución de las tensiones y los conflictos puede parecer imposible, porque los poderosos dependen de que continúen, incluso de que se agraven. Es difícil saber cuál es exactamente ese punto. Seguramente no era inevitable que Yugoslavia cayera en un derramamiento de sangre masivo. Hasta que lo fue.
Si existe una salida, podría empezar por que la gente recuerde los principios básicos que hacen que las sociedades sean más seguras y pacíficas: el respeto de los derechos humanos.
Por ejemplo, la gente tiene derecho a expresar opiniones que no gusten al gobierno y no debe ser encerrada por ello. Las personas tienen derecho a un debido proceso en los tribunales y no deben ser encarceladas, deportadas o desaparecidas por capricho de las fuerzas de seguridad. La gente tiene derecho a manifestarse pacíficamente.
Las elecciones llevan a los políticos al poder, pero eso no significa que puedan hacer lo que quieran. Hay límites. En el corazón de la democracia, los derechos humanos ayudan a establecer esos límites. Los derechos humanos son una línea roja para el poder.
Si la gente puede unirse en torno a ese entendimiento compartido de los límites del poder político, existe la posibilidad de impedir que incluso el político más necesitado de conflictos destroce su país.
Desde luego es un gran salto de 'y si', pero el apoyo tiene que provenir de todo el espectro político, y suele ser precisamente la falta de eso lo que ha facilitado el ascenso del líder peligroso.
Pero la gente corriente -incluso la que se encuentra en extremos opuestos del espectro político- siempre tendrá una cosa en común: no quiere que su país caiga en el abismo. Aunque un político importante piense que eso podría resultar útil.