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Daños incendiarios en la escuela Imam al-Kazem, lugar de reunión de desplazados internos en El Geneina. © 2023 Roots for Human Rights and Monitoring Violations

Es probable que todos recordemos cuando las personas solía decir: "¡si el mundo supiera!"

La gente solía contemplar una crisis o un conflicto lleno de atrocidades espantosas y pensaban que los gobiernos de otros países simplemente no eran conscientes de lo que estaba ocurriendo. O pensaban que, si los horribles hechos se conocieran más ampliamente, los políticos se verían sometidos a una inevitable presión pública para hacer algo.

En otras palabras, la gente creía que lo único que impedía al mundo detener las atrocidades en Ruritania era la falta de información sobre ellas.

Hoy casi nadie cree esto.

Por supuesto, unos cuantos activistas y un par de periodistas que aún no se han cansado persiguen desesperadamente esa historia, esa foto o ese vídeo que creen que por fin va a mover al mundo a actuar ante la terrible situación de Ruritania. Pero pronto se dan cuenta de que el mundo ya no funciona así.

La verdad es que la idea de que detener las atrocidades es sobre todo una cuestión de concienciación sobre ellas probablemente murió hace muchos años. No preguntes qué crisis puso fin a esa noción: se ha ido debilitando más y más con cada crisis.

Los gobiernos siempre han tenido acceso a los servicios de inteligencia y seguramente han sabido lo que ocurría en diversas Ruritanias mejor que la mayoría de la gente. Pero cada vez más a lo largo de los años, con la explosión de los canales de información, especialmente las redes sociales, la conciencia es generalizada. No sólo los gobiernos no pueden alegar ignorancia sobre lo que ocurre, sino todo el mundo. La información está en todas partes.

Y, además, la información fiable está fácilmente al alcance de la mano. Incluso en situaciones de conflicto, cuando las partes enfrentadas lanzan mentiras y desinformación para obtener apoyo -o, al menos, para causar confusión-, hay fuentes fiables en las que la gente puede confiar. Aquí es donde Human Rights Watch y otras organizaciones entran en juego, con hechos obtenidos a través de meticulosas investigaciones, todos ellos a disposición del público.

Pero incluso una información fiable por sí sola no es suficiente -los hechos no bastan- para conseguir que los gobiernos actúen. Hay que convencerlos, engatusarlos y, a veces, avergonzarlos para que hagan lo correcto. Por eso Human Rights Watch y otros grupos no sólo cuentan con investigadores, sino también con defensores y expertos en medios de comunicación, personas cuyo trabajo consiste en ayudar a convencer.

No es fácil convencer a los gobiernos de que hagan algo en cualquier asunto. Los políticos tienen sus propias prioridades y hacer algo cuesta fondos públicos y, lo que es más importante para ellos, su tiempo, el más escaso de todos los recursos. A menudo no hay voluntad política.

Pero nuestro trabajo no es quejarnos de la falta de voluntad política, sino crearla. Esto significa cambiar los argumentos de los políticos y hacerles ver el precio de su inacción.

Todos desearíamos que acabar con las atrocidades fuera tan fácil como decir "¡si el mundo lo supiera!" y a continuación difundir los hechos. Pero todos sabemos que es mucho, mucho más difícil. 

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