Conseguir que China empiece a respetar los derechos humanos " no es fruto de una ilusión", declaró ayer Tirana Hassan, Directora Ejecutiva de HRW, en una rueda de prensa.
En vísperas de la cumbre UE-China que se celebrará esta semana en Pekín, Hassan detalló las medidas firmes que podría adoptar la UE, pero añadió algo más. Hizo hincapié en la actual vulnerabilidad de la economía china, para señalar que "la UE tiene más influencia que nunca" para contribuir al cambio.
Existe una especie de mito autocumplido sobre las relaciones exteriores con China: que es demasiado grande o demasiado vital para la economía mundial como para ser presionada por sus terribles abusos de los derechos humanos. Otras potencias mundiales, incluida la UE, se resignan por tanto a ni siquiera intentarlo.
Para la UE, los derechos humanos en sus relaciones con China corren el riesgo de convertirse en un ejercicio vacío sin ambición real, algo que sacar a colación sólo para que los líderes puedan decir que se mencionó el asunto.
Los diálogos UE-China sobre derechos humanos son el mejor ejemplo. Tras más de tres docenas de rondas de estas reuniones a lo largo de los años, no han conseguido nada. La situación no ha hecho más que deteriorarse en China durante ese tiempo. De hecho, las conversaciones periódicas son peor que inútiles, porque dan a Pekín una hoja de parra.
La UE y muchos de sus Estados miembros se han mostrado cada vez menos dispuestos a tomar medidas que estén a la altura de la urgencia y la intensidad de la represión china y de sus esfuerzos por reescribir las normas mundiales de derechos humanos.
Los horrores de las autoridades chinas incluyen crímenes contra la humanidad hacia los uigures y otros musulmanes túrquicos de la región de Xinjiang: detenciones arbitrarias masivas, tortura, desapariciones forzadas, vigilancia masiva, persecución cultural y religiosa, separación de familias, trabajos forzados y violencia sexual.
Los habitantes de Xinjiang no son los únicos que sufren. En el Tíbet, las autoridades reprimen y asimilan por la fuerza a los tibetanos. En Hong Kong, el gobierno chino ha suprimido libertades, imponiendo en la ciudad una draconiana Ley de Seguridad Nacional. En toda China se persigue sin piedad a los defensores de los derechos humanos en tribunales controlados por el partido comunista.
Hasta ahora, en su mayor parte, la UE ha tratado todo este horror como un mero ámbito de desacuerdo en sus relaciones con China, parte de un "dilema incómodo", como lo definió a principios de año el jefe de la política exterior de la UE, Josep Borrell.
Cuando la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el Presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, visiten Pekín esta semana, deberían cambiar esta situación. Deberían empezar por decir clara y públicamente que la UE no ve al gobierno chino como un socio responsable y fiable mientras Beijing se niegue a comprometerse de buena fe con su propio historial de derechos humanos.
Es más, deberían decir que la UE se tomará en serio la rendición de cuentas por los crímenes de Beijing y comprometerse a liderar la presión para que la ONU los supervise.
Y más allá de esta cumbre, todos los Estados miembros de la UE deben permanecer unidos en torno a una acción más enérgica contra el gobierno chino. En concreto, deberían ampliar las sanciones selectivas contra funcionarios responsables de graves violaciones en Xinjiang, Tíbet y Hong Kong.
China no es " tan grande" como para no criticarla, ni " tan poderosa" como para no tomar medidas contra ella. Su economía no es " tan inquebrantable" como para que las sanciones selectivas y las medidas relacionadas con el comercio surtan efecto, sobre todo en estos momentos. Sobre todo, Beijing no es impermeable a la presión exterior.
Los líderes de la UE sólo tienen que superar su creencia autoconvencida de su propio fracaso e intentarlo.