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Dónde ocurren los abusos contra los derechos humanos

Informe diario de 4 de agosto de 2023

 

© Human Rights Watch

Lea la versión en inglés del boletín informativo de Andrew Stroehlein 

Este será nuestro último boletín informativo habitual hasta el 4 de septiembre, cuando volvamos todos de nuevo, así que quería dejar a los lectores con una historia principal de hoy un poco más larga y reflexiva...

Cuando le preguntaron por qué robaba bancos, el llamado "caballero ladrón de bancos", Willie Sutton, respondió: "Porque ahí es donde está el dinero".

A veces me preguntan por qué escribo tan a menudo sobre personas vulnerables, y por qué los defensores de los derechos humanos en general se centran constantemente en las minorías.

Aunque no me gusta compararme con un atracador de bancos, ni siquiera con un "caballero", tengo que responder de forma parecida: porque es ahí donde se cometen los abusos contra los derechos humanos.

Es algo obvio, ¿no? Las personas poderosas -las que tienen acceso a dinero y abogados y contactos políticos- no tienen tantas probabilidades de sufrir violaciones de los derechos humanos. No es imposible, pero es raro, y cuando ocurre, los poderosos pueden defenderse. Por definición.

Y no hablo sólo de multimillonarios. Incluso quienes tienen medios más limitados pueden obtener un resarcimiento por la vía legal, al menos si viven en un país donde hay leyes que se pueden hacer cumplir, si el gobierno respeta esas leyes y los tribunales básicamente funcionan. Son grandes "si", lo sé, pero al menos tienen una oportunidad.

Sin embargo, son las personas verdaderamente impotentes las que suelen ser objeto de abusos -a menudo por parte de los poderosos- precisamente porque no pueden defenderse.

Fijémonos en uno de los grupos que sufren abusos más persistentes en todo el mundo hoy en día: los refugiados y los inmigrantes. Son personas que pueden haberlo perdido todo en una guerra en su país: su trabajo, su casa, su familia. O tal vez escapan de la pobreza extrema.

Parten con poco o nada, buscando refugio o una vida mejor, y donde viven ahora -o intentan vivir- tienen poco poder. No pueden votar y, muy a menudo, tampoco pueden trabajar legalmente. Esta impotencia política y económica los vuelve vulnerables.

Los políticos sin escrúpulos no tardan en aprovecharse de esa vulnerabilidad. Dicen a los votantes que sus problemas son culpa de esos recién llegados. Y al no tener que preocuparse por los votos de los refugiados ni por las donaciones de campaña, los políticos pueden, en cierto sentido, atacar a los recién llegados "sin coste alguno".

Es la forma más perezosa de hacer política, por supuesto: culpar a otro en lugar de asumir la responsabilidad y abordar los difíciles problemas sociales y económicos. Atacar a los vulnerables es sencillo; resolver los problemas es difícil. Pero esta política haragana funciona demasiado a menudo para el político en términos de atención mediática y votos.

La misma dinámica puede darse también cuando se trata de minorías, ya sean étnicas, raciales o sexuales. Los políticos de las mayorías las utilizan como chivos expiatorios para impulsar sus carreras de la misma manera.

Y cuanto más pequeña -y menos poderosa- sea la minoría, mejor para los propósitos de los políticos. No hay más que ver lo que les ha pasado a los transexuales, por ejemplo.

Si una persona tiene la cabeza despejada y no se deja confundir por los temores exacerbados de los comentaristas vociferantes de la televisión, no hay forma posible de que pueda decir objetivamente que este pequeño grupo de personas representa una amenaza para nadie. Y sin embargo, políticos de Estados Unidos, Hungría o Rusia dedican mucho tiempo y esfuerzo a machacarles en sus discursos y a abusar de ellos con nuevas leyes.

Incluso cuando se trata de comunidades minoritarias más grandes, muy a menudo -por razones de discriminación a largo plazo y desigualdad de oportunidades históricas- les puede resultar difícil defenderse. Pueden verse excluidas de las costosas vías legales para defender sus derechos, o al menos enfrentarse a mayores obstáculos para hacerlo.

En cualquier caso, el mensaje de los políticos al público en general es similar: esas personas son el problema. Los políticos con poder castigan entonces a los que tienen menos o ningún poder, como si dijeran: "Ves, estoy haciendo algo con este enorme problema que te he dicho que tienes". (Y por favor, queridos votantes, no se fijen en otra cosa, como mi corrupción o mi incapacidad para resolver sus verdaderos problemas).

Lamentablemente, los medios de comunicación suelen seguirles el juego, en los lugares más represivos porque así se lo ordenan las autoridades, y en los menos represivos porque el miedo y el odio son buenos para los modelos de negocio basados en clics y visitas. Así, un gran número de ciudadanos acepta como normal el sacrificio de los vulnerables, una especie de sadismo político.

Se convierte en algo tan habitual que la gente puede incluso llegar al punto de no reconocer la flagrante inmoralidad de cosas como la política de la UE de "dejarlos morir" en el mar Mediterráneo o los funcionarios de Texas en EE.UU. que empujan a los niños hacia alambradas y corrientes fluviales mortales.

Nuestro papel como defensores de los derechos humanos es recordar a todo el mundo que esto no es normal. Que es completamente inaceptable para cualquier persona con algún sentido de la dignidad humana. Que los políticos les están mintiendo. Y que esas personas vulnerables de las que abusan para impulsar sus carreras políticas son precisamente eso: personas, con derechos fundamentales como todos los demás.

Así que, sí, trabajamos mucho con las personas vulnerables y las minorías, porque es ahí donde se producen las violaciones de los derechos humanos.

 

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