Realmente medité mucho antes de retuitear la fotografía. En la imagen se ve el cuerpo sin vida de un niño pequeño, boca abajo, en una conocida playa de Turquía. Es una de las 11 personas sirias que, casi seguramente, murieron mientras intentaban llegar a la seguridad de Europa, trasladándose en la embarcación de un contrabandista. En cambio, se convirtieron en las víctimas más recientes de la insignificante respuesta europea ante una crisis que se agrava.
Lo que más me dejó perplejo fueron sus minúsculos zapatos deportivos, seguramente puestos afectuosamente por sus padres esa misma mañana, cuando lo vistieron para el peligroso trayecto. Para mí, uno de los momentos más gratificantes de la mañana es cuando visto a mis hijos y los ayudo a calzarse. Siempre logran ponerse algo al revés, para diversión tanto de ellos como mía. Ante la fotografía, no pude evitar imaginar que era uno de mis propios hijos el que estaba tendido allí, ahogado, en la playa.
Me encuentro actualmente en Hungría, documentando el trayecto que recorren los refugiados sirios, el mismo viaje que hoy mismo se cobró otra joven vida. Es fácil culpar a los padres por haber expuesto a su hijo a un peligro tan extremo, pero solo si olvidamos las bombas de barril y las decapitaciones perpetradas por Estado Islámico (también llamado ISIS), de las cuales están huyendo. Durante toda la mañana de ayer, en la frontera entre Serbia y Hungría, pude ver a padres sirios caminando con determinación junto a sus hijos, intentando sacarlos del horror de las matanzas en Siria — que se ha permitido que continuaran durante cuatro años— y llevarlos hacia la promesa de seguridad en Europa. Esos padres son héroes, y admiro la firme decisión con la cual traen a sus hijos a una vida mejor.
Lamentablemente, a lo largo del viaje, enfrentan obstáculos y hostilidades. Algunos contrabandistas están tan organizados que incluso entregan recibos a quienes contratan sus servicios clandestinos, pero tienen poco interés por las vidas de aquellos a los que transportan, y a costa de quienes se enriquecen. Si bien es esperable que actúen de manera inhumana, lo que no es admisible es la indiferencia y los obstáculos que interponen en su camino los líderes europeos.
Casi todas las personas sirias que he entrevistado estuvieron próximas a perder la vida en el trayecto, y en muchos casos sus embarcaciones se hundieron. Ahora, en Hungría, nuevamente encuentran barreras en su camino, y miles son obligados a dormir en las calles sin ninguna asistencia de las autoridades húngaras.
Mis anotaciones son un repertorio de tragedias. Ali Pintar, un hombre sirio-kurdo, huyó con sus tres hijos luego de que ISIS intentara tomar el control de su localidad, Qamishli, organizando atentados suicida con coches bomba. Ya consiguió los pasajes de tren para Múnich, pero la policía impide incluso que ingrese a la estación, y por ello ha estado durmiendo a la intemperie con sus hijos las tres últimas noches. Absolutamente abatido, me relata las humillaciones que vivió: “Habría sido mejor quedarnos en Siria. Allí, mueres una sola vez, cuando hay una explosión o sucede algo. Aquí, siento que muero miles de veces cada día”.
Algunos afirman que la fotografía es demasiado agraviante para ser publicada en línea o impresa en nuestros periódicos. Pero lo que yo considero agraviante es que las aguas estén arrastrando hasta nuestras costas los cuerpos de niños ahogados, cuando se podría haber hecho mucho más por evitar que mueran.
Compartir la imagen atroz de un niño ahogado no fue una decisión fácil. Pero estos niños son tan importantes para mí como los míos. Tal vez, si también lo fueran para los líderes europeos, intentarían actuar para que este deplorable espectáculo no vuelva a repetirse.