La reciente asamblea del Sínodo de Obispos sobre la Familia ha vuelto a suscitar interés sobre la posición de la Iglesia católica con respecto a personas homosexuales y lesbianas. Durante el sínodo, líderes eclesiásticos discutieron sobre las perspectivas pastorales y teológicas relativas al lugar que ocupan las personas homosexuales en la Iglesia, y las enseñanzas de la Iglesia en materia de homosexualidad. A raíz del texto del informe intermedio y el informe final, denominado Relatio, buena parte del debate se centró en discutir en qué medida las personas homosexuales son bienvenidas en la Iglesia y en las feligresías locales.
Aunque hubo un diálogo notablemente abierto, los debates del sínodo incluyeron menciones relativamente escasas a la violencia que enfrentan habitualmente las minorías sexuales y de género en todo el mundo. (En este ensayo, empleo la expresión abreviada minorías sexuales y de género para referirme a todas las personas que no se identifican como heterosexuales o cisgénero). Lamentablemente, la violencia es a menudo una realidad concreta para católicos y no católicos que no se ajustan ciertas expresiones de sexualidad o género. Organismos internacionales como la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos han advertido sobre los alarmantes índices de agresiones físicas contra estas personas. Asimismo, en al menos 76 países, las leyes todavía criminalizan determinadas expresiones de sexualidad y género. A menudo estas leyes exponen a las personas a la persecución penal por parte del Estado, y a ataques y persecuciones por particulares. Con frecuencia, algunos gobiernos usan a las minorías sexuales y de género como convenientes chivos expiatorios de problemas sociales, políticos y económicos, lo cual los hace aún más vulnerables.
La creciente concientización sobre estas prácticas discriminatorias enfatiza la importancia de que los católicos, al debatir temas de sexualidad y género, reiteren un mensaje en contra de la violencia dirigida a estas personas. Como ha sido señalado por líderes eclesiásticos, estos llamados son consistentes con la doctrina católica sobre la dignidad de todos los seres humanos. El Catecismo de la Iglesia Católica insta a los católicos a acoger a las “personas homosexuales” con “respeto, compasión y delicadeza”. La carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe “Sobre la Atención Pastoral a las Personas Homosexuales” (1986) exhorta a respetar la dignidad intrínseca de cada persona en las palabras, en las acciones y en la legislación, y condena la violencia contra las personas homosexuales. Si bien algunos líderes eclesiásticos y comunidades religiosas han enfatizado un mensaje de dignidad y respeto, muchos otros no lo han hecho. En los últimos años, católicos, tanto religiosos como laicos, a través de sus actos y sus palabras, han promovido políticas y prácticas que parecen propiciar un clima de indiferencia e incluso hostilidad, en el cual se pueden producir actos de violencia contra miembros de minorías sexuales y de género.
Cambios positivos
Desde su elección en marzo de 2013, el Papa Francisco ha manifestado reiteradamente su preocupación por las personas más vulnerables de la sociedad. En su primera exhortación apostólica, “El Gozo del Evangelio”, el Papa destacó la necesidad de “estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad, donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente”. El Papa citó el ejemplo de Jesús en Mateo 25, que explica la necesidad de identificarse con los más oprimidos. En declaraciones públicas menos formales, el Papa Francisco ha reiterado con frecuencia este mensaje como parte central de la vida cristiana.
El Papa Francisco parece haber aplicado este interés en las personas vulnerables al modo en que trata a las minorías sexuales y de género. En el verano de 2013, cuando se le preguntó por la existencia de curas homosexuales en la Iglesia, el Papa respondió con las siguientes palabras, que luego cobrarían gran resonancia: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. En una entrevista posterior publicada en la revista estadounidense America, amplió estos comentarios y destacó la necesidad de amar y acompañar a personas homosexuales, en lugar de rechazarlas y condenarlas de manera categórica.
Otros líderes eclesiásticos han repudiado de manera más explícita los actos de violencia física y hostigamiento contra minorías sexuales y de género. El verano pasado, por ejemplo, el Nuncio Apostólico en Kenia, Arzobispo Charles Daniel Balvo, enfatizó que si bien la Iglesia no aprueba la conducta homosexual, reconoce y respeta la dignidad individual de todas las personas. Ante la escalada de denuncias sobre violencia contra personas homosexuales en algunas regiones de África, el arzobispo señaló que los “homosexuales deberían ser defendidos frente a violaciones de su dignidad y sus derechos humanos; son seres humanos como cualquiera de nosotros”. En Brasil, la Comisión de Justicia y Paz de la Arquidiócesis de San Pablo, un grupo integrado por laicos y miembros del clero, repudió enérgicamente el número alarmante de ataques contra minorías sexuales y de género denunciados en el país.
Otros se han manifestado en contra de las leyes que criminalizan actos sexuales. El cardenal Oswald Gracias, arzobispo de Mumbai, ha criticado abiertamente la ley contra la sodomía. Luego de que el Tribunal Supremo de dicho país restableciera la vigencia de la ley, el arzobispo señaló que la Iglesia “se opone a la legalización del matrimonio gay, pero enseña que los homosexuales tienen la misma dignidad que cualquier otro ser humano, y condena cualquier forma de discriminación injusta, hostigamiento o abuso”. Según el arzobispo, esto incluye la criminalización de las relaciones sexuales practicadas con consentimiento entre personas del mismo sexo, ya que la Iglesia “nunca ha considerado que las personas homosexuales sean criminales”.
El obispo Gabriel Malzaire de Roseau, de Dominica, y el cardenal Peter Turkson, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, han expresado comentarios similares sobre la criminalización de la sodomía en Dominica y Uganda, respectivamente. Obispos de Sudáfrica, Botsuana, Suazilandia y Ghana han instado este año a los católicos a ponerse del lado de los vulnerables ante las leyes draconianas que están siendo sancionadas en el continente africano.
Numerosas comunidades católicas también han acogido a minorías sexuales y de género, generado así un espacio seguro para ellas en la Iglesia y en la sociedad en general. En Estados Unidos, por ejemplo, una encuesta extraoficial llevada a cabo por organizaciones católicas determinó que hay más de 200 parroquias en el país donde las personas gay son bienvenidas. Curas estadounidenses han observado la creciente aceptación de personas que se identifican como lesbianas, homosexuales, bisexuales y transgénero (que a menudo se agrupan colectivamente bajo la sigla LGBT), especialmente entre los feligreses más jóvenes. Incluso líderes eclesiásticos que se han manifestado públicamente en contra de las relaciones entre personas del mismo sexo por razones morales han llamado al respeto y la compasión hacia las personas LGBT. En Nueva York, el cardenal Timothy Dolan consideró positiva la decisión de permitir que grupos de personas LGBT marcharan durante el desfile de San Patricio en la Ciudad de Nueva York. El cardenal Dolan, que se ha opuesto públicamente al matrimonio entre personas del mismo sexo, participará en el desfile del próximo año en calidad de Gran Mariscal.
También en Europa se han observado tendencias similares. Este año, las conferencias episcopales en Alemania y Suiza publicaron informes sobre las creencias y prácticas de feligreses. Los informes se elaboraron sobre la base de extensas encuestas en parroquias de Alemania y Suiza, y a modo de preparación para el Sínodo de Obispos sobre la Familia. En ambos casos, los feligreses manifestaron un apoyo considerable a los homosexuales. El Cardenal Reinhard Marx, presidente de la Conferencia Episcopal alemana, expresó que la Iglesia “no siempre ha adoptado el tono correcto” respecto de los homosexuales, y promovió un enfoque de mayor apertura.
Manteniendo la coherencia
El significado y el alcance de la discriminación injusta en contra de personas homosexuales aún es objeto de debate en círculos católicos. Sin embargo, las enseñanzas que imparte la Iglesia sugieren que, como mínimo, esto incluye la necesidad de abstenerse de ejercer la violencia contra personas por su orientación sexual o expresión de género, percibidas o reales, y de condenar dicha violencia. Tal como lo han señalado líderes católicos, esto incluye la criminalización de las relaciones sexuales consentidas entre adultos.
En 1986, el entonces Cardenal Joseph Ratzinger escribió: “Es deplorable que las personas homosexuales hayan sido y sean objeto de actos maliciosos de violencia, tanto en las palabras como en los hechos. Ese tratamiento merece la condena de los pastores de la Iglesia, en cualquier lugar donde se manifieste”. Las enseñanzas posteriores de conferencias episcopales locales, incluso una carta de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, reiteraron este mensaje de repudio a la violencia.
Si bien este mensaje no constituye una enseñanza oficial, también la Santa Sede se ha opuesto públicamente a la aplicación injusta de sanciones penales a personas homosexuales. En 2008, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el representante del Vaticano declaró públicamente que el Vaticano “sigue defendiendo la idea de que se deben evitar todos los signos de discriminación injusta hacia personas homosexuales e insta a los Estados a eliminar las sanciones penales contra estas personas. Los gobiernos deben eliminar las sanciones penales injustas”.
Si bien en la declaración no se proporcionaron ejemplos de cuáles serían estas sanciones penales injustas, el vocero del Vaticano señaló que incluyen “no sólo la pena de muerte, sino toda la legislación penal que implique violencia o discriminación respecto de los homosexuales”. En un evento paralelo de las Naciones Unidas realizado en Nueva York en 2009, la Santa Sede reiteró su oposición a todas las formas de violencia y discriminación injusta contra personas homosexuales, incluida la legislación penal discriminatoria que menoscaba la dignidad inherente de la persona humana.
Fracasos de la Iglesia
A pesar de estos ejemplos positivos, muchas comunidades y líderes católicos han ignorado o aparentemente contradicho la posición de la Iglesia respecto de las minorías sexuales y de género. En lugar de defender las enseñanzas de la Iglesia sobre ética sexual y, al mismo tiempo, condenar la violencia y promover el respeto por la dignidad humana, muchos han guardado silencio ante terribles atrocidades cometidas contra minorías vulnerables.
En Camerún, por ejemplo, organizaciones de derechos humanos informaron en reiteradas oportunidades sobre casos de ciudadanos que son detenidos y perseguidos penalmente simplemente por “ser homosexuales”, lo cual supuestamente se deduce del modo en que se visten, su gesticulación o sus gustos personales. Organizaciones que trabajan en la defensa de los derechos de las minorías sexuales y de género son objeto de ataques espantosos. El año pasado, un reconocido defensor de derechos humanos, Eric Lembembe, fue torturado y asesinado brutalmente.
El arzobispo Samuel Kléda de Camerún no sólo no ha denunciado estos tipos de actos deplorables, sino que ha contribuido activamente a un clima de hostilidad hacia las minorías sexuales y de género. En febrero de 2013, el arzobispo Kléda se sumó a un grupo católico de profesionales del derecho para apoyar públicamente la criminalización de la homosexualidad propuesta por el gobierno. En un panel de debate con juristas, el arzobispo citó el pasaje de Levítico 20:13 que insta a aplicar la pena de muerte para las relaciones sexuales entre dos hombres. El Código Penal de Camerún ya dispone que la persona que mantenga “relaciones sexuales con otra persona del mismo sexo” puede enfrentar una pena de prisión de hasta cinco años.
Desde 2006 los políticos en Nigeria han debatido una serie de medidas legislativas que criminalizarían el matrimonio entre personas del mismo sexo, aplicarían penas severas a parejas del mismo sexo, e incluso penalizarían la participación en un grupo que promueva los derechos de minorías sexuales y de género. Este año, en una carta enviada al presidente Goodluck Jonathan en representación de la Iglesia Católica de Nigeria, miembros del clero de ese país reivindicaron como “valiente y sabia” una nueva ley que prevé fuertes sanciones penales para las exhibiciones públicas de afecto entre personas del mismo sexo. Los líderes eclesiásticos de Nigeria no han realizado ningún esfuerzo por condenar los ataques violentos contra minorías sexuales y de género ocurridos luego de que la ley fuera sancionada este año.
En Uganda, la Iglesia católica ha vacilado en su posición con respecto a un proyecto legislativo similar. En diciembre de 2009, el arzobispo Cyprian Lwanga se opuso al Proyecto de Ley contra la Homosexualidad, que inicialmente proponía sancionar actos sexuales entre personas del mismo sexo con la pena de muerte. El arzobispo Lwanga manifestó que el proyecto “era incompatible con los valores cristianos” como “el respeto, la compasión y la sensibilidad”. En ese momento la Santa Sede también condenó el proyecto por considerar que constituía una discriminación injusta. Sin embargo, en junio de 2012, una coalición de iglesias anglicanas, católicas y ortodoxas pidió al parlamento de Uganda que agilizara el proceso de sanción de una de las versiones preliminares del proyecto de ley.
La ley de Uganda fue aprobada a principios de 2014. Esta incluía disposiciones que establecían sanciones más rigurosas para personas que participaran en actos homosexuales, incluso la prisión perpetua. La ley también penalizaba delitos relacionados como la promoción de la homosexualidad y la “tentativa a cometer actos de homosexualidad”. Organizaciones de derechos humanos informaron que hubo un aumento en los casos de desalojos, violencia y discriminación contra minorías sexuales y de género a partir de la aprobación de la ley.
En lugar de condenar estos ataques, varios obispos de Uganda apoyaron de manera categórica la ley durante las homilías pronunciadas en Pascuas. Algunos prácticamente avalaron de forma tácita o, al menos parecieron justificar, los actos de violencia. Más recientemente, el Arzobispo Lwanga publicó un manuscrito en el cual subrayó la necesidad de respetar y proteger a las personas homosexuales. No obstante, hasta la fecha, la Iglesia de Uganda en general no ha adoptado medidas significativas para condenar los abusos de los cuales son las objeto minorías sexuales y de género. Si bien la ley de 2014 fue derogada por el Tribunal Constitucional de Uganda en agosto, legisladores de Uganda presentaron un proyecto de ley similar, que pretenden aprobar antes de fin de año.
En el Caribe, el arzobispo de Kingston, Jamaica, Charles Dufour, también se ha rehusado a repudiar tanto la violencia endémica que enfrentan allí minorías sexuales y de género, como la criminalización por parte del gobierno de ese país de actos sexuales privados practicados con consentimiento entre adultos. En los últimos años, organizaciones de derechos humanos, la Organización de los Estados Americanos, el Departamento de Estado de los Estados Unidos y otros gobiernos y organizaciones han criticado estos casos de violencia. Abundan los casos de miembros de minorías sexuales y de género que son víctimas de golpizas, brutalidad policial, tortura y homicidio.
Al igual que en otras partes del Caribe, algunos grupos locales cuestionan las leyes de Jamaica contra la sodomía. Cuando fue interrogado por activistas que le pidieron que aclarara cuál era la postura de la Iglesia católica con respecto a la criminalización de actos realizados con consentimiento entre parejas del mismo sexo, el arzobispo Dufour indicó que no “sentía la necesidad de efectuar ninguna declaración en particular” sobre el debate en Jamaica. No obstante, el arzobispo Dufour sí alertó sobre el vilipendio y la persecución de grupos religiosos que se oponen a reconocer los derechos de las minorías sexuales y de género. Estas declaraciones son profundamente desalentadoras. El arzobispo Dufour y otros líderes de la Iglesia de Jamaica han desaprovechado una oportunidad importante para poner en práctica la postura de la Santa Sede.
Las declaraciones y acciones de los líderes eclesiásticos tienen un profundo impacto sobre el entorno social en el cual viven las personas que pertenecen a minorías sexuales y de género. Los líderes eclesiásticos deben distinguir entre la condena moral de determinados actos y relaciones, y la aprobación, de manera implícita o explícita, de la violencia y la persecución. De lo contrario, no sólo se oponen a las enseñanzas de la Iglesia, sino que contribuyen a un clima de hostilidad que pone en peligro vidas humanas. El año próximo, el Sínodo de Obispos seguirá analizando las prácticas de la pastoral familiar de la Iglesia. Mientras los líderes eclesiásticos continúan debatiendo sobre la moralidad de las uniones de personas del mismo sexo y acerca de si los homosexuales deben ser acogidos en la Iglesia, también harían bien en condenar, de manera clara y categórica, la violencia que enfrentan minorías sexuales y de género en comunidades alrededor del mundo.
Celso Perez es becario Gruber en Human Rights Watch. Se graduó en derecho (J.D.) en Yale Law School y obtuvo una maestría (M.A.) y una licenciatura (B.A.) en ética teológica en Boston College.