Hasta hace poco tiempo, miles de personas que huían de la violencia suscitada en la República Centroafricana podían, al menos, encontrar refugio en Bangui, la capital. Yo era uno de ellos. Había estado en la ciudad norteña de Bouca donde una masacre de civiles que se refugiaban en una iglesia, se evitó gracias a la intervención de miembros de las fuerzas de paz de la Unión Africana. Me sentía agradecido de haber llegado a la relativa seguridad de Bangui.
Ahora, la violencia ha alcanzado la capital que se ha convertido en una región terriblemente peligrosa. Alrededor de 350.000 personas, aproximadamente la mitad de la población de la ciudad, han sido desplazadas por la violencia sectaria surgida entre los antiguos rebeldes de Séléka, principalmente musulmanes, que tomaron el poder en marzo de 2013, y las milicias 'anti-balaka' (anti-machete en la lengua local) procedentes de regiones del país mayoritariamente cristianas, apoyado por soldados del gobierno anterior. Los ataques se han vuelto más atroces y la población civil es a menudo blanco de las embestidas.
En todo el país, la gente vive en condiciones terribles, apilados en campamentos improvisados sin refugio básico, alimentos, agua o suministros médicos. Cientos de miles de personas se esconden en la selva, un número desconocido está muriendo por enfermedades que se pueden prevenir o de hambre. Las agencias de ayuda no pueden llegar a muchas de estas personas que viven desesperadas.
La Unión Africana (UA) y las fuerzas de paz francesas tratan de reducir la presión pero no son los grupos idóneos para contener el desastre humanitario y de derechos humanos. En ausencia de un proceso político para restablecer un gobierno estable, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) tiene que actuar rápidamente para frenar esta catástrofe en evolución.
Las tropas de la Unión Africana, con presencia en la República Centroafricana desde finales de 2007, está incrementado el número de afiliados. Cuando los nuevos brotes de violencia iniciaron, contaban con contingente de 4000 soldados y está previsto que podrá aumentar a 6.000. Las tropas han recuperado el control de algunos sectores de la población, pero falta equipo y personal para evitar que el país corra el riesgo de una implosión institucional. Por otra parte, su neutralidad se ha visto comprometida por la presencia de soldados de Chad, la alianza de milicias rebeldes Séléka incluye un gran número de chadianos.
La llegada a Bangui de tropas francesas adicionales, a principios de diciembre, fue un hecho positivo, pero su papel también pone de relieve la dificultad de recuperar la estabilidad ya que al buscar el desarme de la milicia Séléka, los 1.600 soldados de paz franceses corren el riesgo de dar una ventaja militar a las fuerzas anti- balaka, que no son fáciles de desarmar ya que utilizan tácticas de guerrilla y se mezclan con la población
La mejor opción para hacer frente al reto que encara la República Centroafricana es adoptar la propuesta presentada por el Secretario General de la ONU, Ban Ki -mon, que busca remplazar los militantes de la UA a una fuerza de paz de 6.000 a 9.000 efectivos. Tal fuerza tendría mayor capacidad de protección civil y podría crear un entorno para que la asistencia humanitaria pudiera llegar a su destino.
Financiada por un fondo gestionado por la ONU, la milicia operería bajo las normas de mantenimiento de paz establecidos en la Carta de las Naciones Unidas y con esta medida, el establecimiento del control se llevaría a cabo de una forma más profesional que con las actuales tropas de la UA, que dependen de aportaciones voluntarias de países donantes.
El despliegue de una fuerza de paz sólida de la ONU tendría mejores armas y equipos, así como logística y capacidad de comunicación - y reduciría las probabilidades de que sus militantes se involucraran en incidentes como, el intercambio de disparos ocurrido en diciembre en Bangui entre las fuerzas de paz de la Unión Africana del Chad y Burundi. Por otra parte, promovería garantías para excluir a los soldados con antecedentes de abuso.
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