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"Debemos cerrar la era Bush con una Comisión de la Verdad"

Entrevista con Kenneth Roth a 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

El día que Human Rights Watch (Observatorio de los Derechos Humanos) fichó a Kenneth Roth, el Gobierno federal de Estados Unidos perdió, cuando menos, a un inflexible fiscal. Corría el año 1987 cuando Roth trabajaba para la fiscalía federal en Nueva York. Ese mismo día, el movimiento a favor de los Derechos Humanos ganó a un perseverante y firme activista. En 1993 se convirtió en el director ejecutivo de esta organización y en ese mismo puesto continúa 15 años después sin aparente desmayo.

Su despacho está en el piso 34º del emblemático edificio Empire State de Nueva York. Desde sus ventanas se divisa un amplio panorama de Manhattan que llega hasta el mar. Su situación es una perfecta metáfora para una organización que mantiene los ojos bien abiertos hacia cualquier abuso que sufra cualquier ciudadano del mundo. Quizá suene un poco exagerado, pero lo cierto es que HRW (las iniciales por las que se les conoce), de apenas 300 trabajadores, tiene tentáculos en casi todos los rincones de este planeta. Le propongo a la directora de comunicación enviarle información sobre la detención en el pequeño país africano de Burundi de un líder político, Alexis Sinduhije, acusado de ultraje al jefe del Estado. Llego tarde. HRW ya ha hecho un llamamiento contra una detención que muestra el acoso al que el Gobierno burundés somete a la oposición, y sigue el caso con interés. Organizaciones locales, otras ONG, Gobiernos, instituciones y todo tipo de organizaciones cooperan con HRW formando una red mundial de vigilancia.

Junto a su mesa le aguarda a Kenneth Roth una maleta. No ha sido fácil encontrar un hueco en su agenda para esta entrevista, y ello a pesar de que, desde el primer momento, Roth hizo saber a El País Semanal su firme voluntad de responder a nuestro requerimiento. Acaba de volver de Londres y París y al término de nuestro encuentro se quitará la corbata, se enfundará en un jersey arrugado y correrá al aeropuerto para viajar a Los Ángeles y San Francisco. Su gente dice que su agenda no está más cargada por la celebración del 60º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos; que siempre es así. De modo que con sus 55 años bien cumplidos, Roth, que dice adorar su trabajo, aunque a veces resulte frustrante, dedica su vida a esta causa y se somete a esta entrevista como parte de ella. Al fin y al cabo, es el acceso a la prensa, que funciona como altavoz, una parte sustancial de su poder contra Gobiernos corruptos y tiranos y contra cualquier actividad que vulnere los derechos más fundamentales del ser humano, ya ocurran en Bujumbura, en Goma, en Guantánamo o en Bogotá.

La elección de Barack Obama ha abierto una nueva era de esperanza en todo el mundo. ¿Lo siente usted así?
La Administración de Bush ha sido un desastre para los derechos humanos porque decidió combatir el terrorismo ignorándolos. De esa manera, Washington generó una enorme animadversión contra Estados Unidos en el resto del mundo, lo que favoreció a Al Qaeda. Le ayudó a reclutar nuevas generaciones de terroristas. Dañó la cooperación internacional en la lucha antiterrorista. En realidad, George Bush hizo exactamente lo que Osama bin Laden deseaba que hiciera. Obama parece haber comprendido todo esto y yo espero que cambie la política antiterrorista porque es lo que hay que hacer, pero también porque es una opción más inteligente para derrotar al terrorismo.

De modo que sería incluso más eficaz...
Sí, exactamente. Sería más eficaz. Hay unas cuantas cosas muy concretas que deben cambiar. Desde el escándalo de Abu Ghraib [las torturas infligidas a los presos en Irak por parte de los soldados norteamericanos], los militares estadounidenses adoptaron nuevas normas que evitaban los abusos en los interrogatorios, pero Bush se opuso a aplicarlas en la CIA. En segundo lugar, Bush hizo desaparecer a sospechosos de terrorismo en las cárceles secretas de la CIA en las que no tenían acceso a sus amigos, parientes o abogados; sólo a los carceleros y los encargados de interrogarles. Cuando Human Rights denunció esto, Bush anunció que cerraría tales cárceles de forma temporal. Lo que nosotros queremos es que Obama las cierre definitivamente. Lo tercero es Guantánamo. Todo el mundo está de acuerdo en que hay que cerrar Guantánamo. Obama lo acaba de repetir. Pero la cuestión ahora es cómo hacerlo. Porque hay gente en Washington que pide que Guantánamo, sencillamente, se traslade fuera de nuestras fronteras. Y están intentando convencer a Obama de que favorezca una ley de detención preventiva, que permitiría detener a la gente sin acusación y sin juicio. O sea, de nuevo, Guantánamo. Es esencial que Obama resista y que en lugar de eso se libere a los presos o se les haga una acusación bajo la justicia federal, no la militar. Por las señales que percibimos, creemos que Obama hará lo correcto. Pero hay todavía una cuarta cuestión. Creemos que es importante establecer una Comisión de la Verdad; algo similar a lo que se hizo con la Comisión del 11-S. Debería ser una comisión no formada por políticos, sino por profesionales, que investigara qué se hizo mal y quiénes son los responsables. Que determine cómo cerrar este negro capítulo de la historia de Estados Unidos.

Difícil objetivo. Sí, lo es. Pero es esencial. No es suficiente terminar con los abusos. Se necesita también desvelar toda la verdad sobre esos abusos y poner todos los medios para que no vuelvan a suceder. Creo que Obama se siente algo más incómodo con esta propuesta.

¿Tiene usted realmente confianza en Obama? ¿Cree que va a cumplir todas sus promesas y las expectativas generadas? Está sufriendo muchas presiones para que siga el mismo camino que Bush. En cuanto a nosotros, vamos a intentar ofrecerle todo el apoyo que necesite para resistir a esas presiones y reconducir la lucha antiterrorista a la senda del respeto de los derechos humanos. Éste es ahora nuestro objetivo y es en el que estamos trabajando.

¿Qué impresión tiene de Obama? Bueno, la verdad es que no he estado tanto con él como para hablar de ello. Pero volviendo al equipo de transición de Obama, lo que sabemos es que es consciente de estos problemas y que simpatiza con las soluciones que estamos proponiendo y que no se limitan a la lucha antiterrorista. Porque esta Administración no sólo ha ignorado los derechos humanos. También ha dejado de suscribir los acuerdos internacionales. Desde el punto de vista técnico, Estados Unidos ha dejado de formar parte de la comunidad internacional. Ha hecho una política arrogante que ha velado sólo por sus propios intereses. Y lo que estamos intentando con el equipo de Obama es que Estados Unidos retorne a la comunidad internacional.

¿Cree posible incluso que con Obama Estados Unidos recupere ese cierto liderazgo que tuvo en ocasiones en la defensa de los derechos civiles? Bueno, la verdad es que no deberíamos idealizar el pasado. De hecho, ha habido siempre oscuros capítulos en la historia de apoyo a ciertos Gobiernos. Este país nunca ha sido un claro defensor de los derechos humanos, aunque es verdad que ha sido capaz de promoverlos. La era Bush ha sido devastadora, porque ahora este país sufre un problema de credibilidad. ¿Cómo criticar la tortura si eres un torturador? ¿Cómo criticar las desapariciones si tú haces desaparecer a gente? ¿Y cómo criticar el encarcelamiento sin juicio previo manteniendo Guantánamo? El primer paso que debe dar Estados Unidos para liderar la batalla por los derechos humanos es cambiar sus propias prácticas.

Esta semana se cumple el 60º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos. ¿Qué es lo que cree que ha cambiado en este tiempo en términos generales? Siempre hay violaciones de los derechos humanos. Porque los Gobiernos siempre tienen esa tentación: es la manera más sencilla de silenciar a la oposición, por ejemplo, de callar a la prensa, de evitarse, en general, muchos problemas. El trabajo de los movimientos por los derechos humanos es el de investigar, estar alerta y pedir a los Gobiernos que cumplan con los derechos humanos. La auténtica noticia de estos 60 años de historia es que el coste de la vulneración de esos derechos ha aumentando sustancialmente. La razón es que hay un movimiento fuerte y global de grupos por los derechos humanos.

La opinión pública es muy sensible ahora a cualquier vulneración de derechos.
Sí, la demanda social es muy fuerte hoy. Los derechos humanos se han convertido en un marco ético de referencia a través del cual son valorados los Gobiernos. Esto no era así hace 60 años. Los derechos humanos son una nueva marca. Hoy, la prensa escribe sobre ellos, sobre los activistas, sobre los abusos... El público espera que se respeten los derechos humanos, y si un Gobierno comete una violación, paga un precio en términos de reputación, de asistencia internacional...

Bueno, no siempre. Es verdad, pero es que hace 60 años, las violaciones a los derechos humanos ni siquiera aparecían en la prensa. A nadie le importaban. Y, desde luego, no había ninguna persecución por ello como ocurre ahora en casos extremos. Evidentemente, no siempre se paga un precio, pero la oportunidad de hacer pagar por ello es mucho mayor que hace 60 años. Éste es el avance real. Ahora tenemos pendientes dos grandes cambios. El primero, que una guerra no sea la excusa para violar los derechos humanos. La guerra fría fue la gran excusa en el pasado. Hoy, la coartada es la guerra contra el terrorismo. El segundo gran cambio es que comprendamos que la influencia de los principales países occidentales para promover los derechos humanos es hoy mucho menor frente a países como, por ejemplo, Rusia o China.

Usted mencionaba la guerra contra el terrorismo. Ahora parece estar reduciéndose. Sin duda. Y creo que eso es así porque ha habido menos ataques terroristas de gran envergadura como los de Nueva York o los de Madrid. Y también porque ha habido otros ejemplos de cómo luchar contra el terrorismo. Frente al descrédito de la política de Bush hay otros modelos, como el de España, que ha investigado y ha llevado a los sospechosos ante un tribunal y no ha cometido serias violaciones de los derechos humanos. En los tiempos inmediatamente posteriores al 11-S [septiembre de 2001], la gente estaba muy asustada y dispuesta a que los Gobiernos hicieran cualquier cosa para protegerla. Hoy ese punto de vista es menos común.

¿Considera un fracaso la campaña a favor de los derechos humanos que aprovecharon las organizaciones para atacar a China durante la organización de los Juegos Olímpicos? Los Juegos Olímpicos fueron una oportunidad para mostrar al mundo la realidad de China. Hizo ver al resto del mundo las vulneraciones permanentes de los derechos. El Gobierno chino pretendía hacer creer que permitiría las manifestaciones, pero detenía a todo aquel que lo intentaba. Pretendía defender la libertad de prensa, pero prohibía todo artículo que intentaba utilizar dicha libertad. Tengo la impresión de que China no ha cambiado mucho a causa de los Juegos Olímpicos. Sin embargo, sí que se está registrando un cierto cambio en la política exterior. Por ejemplo, es ilustrativo el caso de Darfur. China se ha visto tan concernida por los crímenes contra la humanidad cometidos en esta zona de Sudán, que, finalmente, presionó al Gobierno sudanés para que permitiera el despliegue de los cascos azules. Desde hace un par de años China está desarrollando un papel mucho más constructivo en Darfur. Es verdad que la razón no fue la campaña en los Juegos Olímpicos, sino su especial relación con Sudán.

[En 2005, China, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, vetó la imposición de sanciones a Sudán, donde tiene importantes intereses energéticos. En marzo de 2007 clamó por la intervención de la ONU ante los graves crímenes registrados en Darfur].

Hablando de la ONU, el máximo garante de los Derechos Humanos, ¿cree que la organización está más debilitada que nunca como defienden algunos observadores?
No, sinceramente, no lo creo. Primero, porque la Organización de las Naciones Unidas está compuesta de muchas partes diferentes, y algunas de ellas, de las que trabajan sobre el terreno, como ONUSida, el Alto Comisionado para los Refugiados o el Programa de Desarrollo, son muy fuertes y, aunque mejorables, cuentan con mucha gente y trabajan bien. El Comité de Derechos Humanos es, sin embargo, decepcionante. He sido uno de los primeros en protestar contra Gobiernos como Argelia o Egipto, que intentan destruir el comité y, estoy seguro, nunca hacen nada por los derechos humanos. Pero parte del problema está en el lado de Occidente y particularmente en la Unión Europea, donde los 27 miembros están tan preocupados por el consenso, que, atacados por una especie de micromanía, negocian cada palabra, cada coma de las propuestas de resolución, dejando exhaustos a los diplomáticos, que se quedan sin energía ni tiempo para negociar con el resto del mundo. Europa, en fin, no está haciendo nada efectivo.

¿Por qué cree que es tan difícil que la ONU acometa una reforma que sigue pendiente?
Porque el Consejo de Seguridad no tiene ningún interés en ello. Para acometer cualquier reforma, alguno de sus miembros debe estar dispuesto a perder algo de poder en un Consejo en el que algunos tienen derechos de veto [los cinco miembros permanentes: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia]. Es difícil que lo hagan, porque lograrían un Consejo de Seguridad más representativo, pero que no defendería tanto sus propios intereses.

Pero es que, además, hoy han perdido legitimidad, dado que adquirieron ese poder por ser los vencedores de la II Guerra Mundial. Si usted vive en Brasil, en Japón o en Alemania, la gente pregunta: ¿Por qué no estamos nosotros? Somos países importantes [se ríe]. Y la única respuesta es que los cinco miembros permanentes no están dispuestos a transferir su poder a cualquier otro. Esto llevará su tiempo, pero hay una tendencia.

A lo mejor la ONU necesita una especie de terremoto, como el que ha sacudido al mundo financiero, para acometer las reformas pendientes. Soy escéptico hacia los cambios revolucionarios porque a veces pueden ser contraproducentes, pero sí creo que se necesitan cambios, y el problema es que ni el secretario general Ban Ki Moon, ni ninguno de los Gobiernos importantes están liderando los esfuerzos. En cuanto a los países que desean jugar un rol más importante, lo que puedo decir es que están divididos entre ellos. Es el caso de África, por ejemplo, donde no hay un candidato claro. Queda mucho trabajo político por hacer.

En los últimos meses su organización ha tenido problemas en Colombia y Venezuela. En este último país, Hugo Chávez expulsó a los directivos de HRW por presentar un informe crítico contra él. La nuestra es una organización muy objetiva. Criticamos a Gobiernos de izquierda y de derecha, así que no nos resulta raro que Gobiernos tan distintos como el de Chávez o el de Álvaro Uribe nos critiquen. La reacción de Chávez ilustra bien justamente lo que denuncia nuestro informe. Uribe nos ataca porque denunciamos que no se puede alcanzar un Tratado de Libre Comercio mientras se permite el asesinato de los sindicalistas que defienden a los productores de esos bienes con los que comerciar. Es un principio sencillo y confío en que Obama no lo suscriba hasta que no se respeten los derechos de los trabajadores y acaben los asesinatos.

¿Cómo son las relaciones entre HRW y el resto de las ONG? Trabajamos muy estrechamente con el resto de las ONG en todo el mundo. En prácticamente todos los países somos socios de los activistas y grupos que defienden los derechos humanos. Trabajamos juntos, investigamos juntos, denunciamos juntos. Somos parte de un movimiento global. Y tenemos la ventaja de tener una voz internacional, acceso a la prensa y a los Gobiernos en todo el mundo. Y proyectar los problemas locales en la arena internacional.

¿Cooperan los Gobiernos con ustedes en todas estas batallas? Siempre buscamos el diálogo con los Gobiernos, especialmente con los occidentales. Les criticamos cuando creemos oportuno por no respetar ellos mismos los derechos fundamentales, pero trabajamos con ellos para promover los derechos humanos en otros países. Acabo de estar en Londres y en París para hablar con los Gobiernos británico y francés sobre la situación del Congo y convencerles de que hay que desplegar y reforzar las fuerzas pacificadoras allí. Esto es bastante habitual. A ellos les interesa vernos porque solemos tener información de primera mano. Disponemos de buenos investigadores y análisis de los que carecen por conductos diplomáticos. Y, francamente, también les interesa oírnos porque, si no lo hacen, se enterarán de nuestras opiniones y críticas hacia ellos a través de la prensa.

En todo caso, supongo que esa cooperación es más sencilla cuando se trata de solventar la situación en Congo que en China, por ejemplo. Ni siquiera es fácil cooperar respecto al Congo. A los Gobiernos de Francia, Reino Unido o Alemania les resulta difícil explicar por qué no envían a 3.000 soldados a Congo para proteger a la gente. Respecto a China, en efecto, todo el mundo quiere tener un diálogo abierto y privado con el ministro chino de Asuntos Exteriores, en vez de criticar abiertamente los abusos que se cometen en ese país y trabajar de forma constructiva juntos.

¿No le resulta frustrante su trabajo? Por supuesto que lo es, pero es importante evaluar de vez en cuando el impacto de lo que hacemos. Es verdad que no podemos conseguir cambios radicales, pero sí mejorar la vida de mucha gente.

¿Cómo se siente cuando oye, por ejemplo, que sólo con el 1% del dinero que se está dedicando al rescate financiero se podría terminar con el hambre en el mundo? Eso es verdad, pero, por otro lado, si no se pusiera en marcha un rescate financiero también habría más gente con hambre. Si ahora no gastáramos dinero en intentar reconducir una situación desastrosa que se tenía que haber atajado hace 10 años, las cosas podrían empeorar.

Su padre es un alemán que tuvo que huir del nazismo. Alemania es ahora un país bien distinto. ¿Siente algo especial cuando se afirma que Angela Merkel desarrolla una diplomacia de derechos humanos frente a la diplomacia energética de otros mandatarios?
Conozco a Merkel y creo que es una persona bienintencionada, pero creo que su Gobierno ha desarrollado una mala política con los antiguos países de la Unión Soviética. La Alemania de hoy es responsable como ningún otro país de la UE de haber levantado las sanciones a Uzbekistán. Este país mató hace tres años a cientos de personas que se manifestaban en la ciudad de Andiján y la UE le impuso sanciones. Pues bien, a pesar de que Uzbekistán no cumplía ninguna de las condiciones necesarias para conseguir que se levantaran dichas sanciones, Alemania convenció a sus socios para hacerlo de todas formas. La política exterior alemana está dominada ahora por la oportunidad económica que ofrecen los países de la antigua Unión Soviética y por el deseo de asegurarse el acceso al gas y al petróleo. No está promoviendo los derechos humanos, lo que es realmente una gran decepción.

¿Tanta frustración no acaba de agotarle en este trabajo? Me gusta mucho mi trabajo. Quizá estoy loco, pero siento que de vez en cuando conseguimos marcar la diferencia.

¿Cuál ha sido el mejor momento en 15 años? Sentí la firma del tratado de creación de la Corte Penal Internacional como una tremenda victoria. También el veto a las bombas de racimo. Pero habitualmente no obtenemos grandes logros; sólo pasos en la buena dirección. Hay que empujar todo el tiempo.

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