Una amiga de Estados Unidos me contó una historia deprimente y tristemente reveladora.
Estaba de compras con su hija y las dos charlaban con normalidad. Un transeúnte las oyó y se acercó para decirles que Trump había ganado las elecciones y que había firmado una orden ejecutiva que convertía el inglés en el idioma oficial de Estados Unidos.
La hija, nacida en EEUU, empezó a contestar en perfecto inglés, pero el desconocido le gritó: " ¡Vuelve a tu país!".
Es una historia de agresión verbal desagradable y, por desgracia, no es única. Por absurdos, peligrosos y frustrantes que sean, estos incidentes nos dicen algo importante y nos plantean al menos una pregunta difícil, que le planteamos a usted, lector.
En primer lugar, es absurdo porque está claro que el que interrumpió la conversación no entiende lo que significa "lengua oficial". La clave está en el nombre: es una lengua utilizada con fines "oficiales". Sirve para dirigir el funcionamiento de los organismos públicos y para interactuar con el público en una lengua acordada.
Una lengua oficial no tiene nada que ver con lo que los ciudadanos pueden decir en público. Si tenemos libertad de expresión, tenemos libertad para hablar en la lengua que queramos.
Sin embargo, incidentes como éste revelan algo peligroso. Cuando los políticos llegan al poder tras haber hecho del odio a los inmigrantes el eje de su campaña, quieren demostrar a sus partidarios que están cumpliendo sus promesas.
Lo hacen con leyes, órdenes ejecutivas, normas y otras formas formales, así como con su tono general.
Con acciones y palabras, Trump y su administración han ido añadiendo capas de miedo y ansiedad en las comunidades de inmigrantes. Algunos evitan ahora ir a la iglesia o al hospital. Muchos niños no van a la escuela.
No son solo las redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) lo que preocupa a la gente; son los ciudadanos, enardecidos con sus odios racistas por un presidente que está enviando las peores consigas. La maldad es el mensaje, y se recibe alto y claro.
Es todo tan frustrante y enfurecedor. Puedes racionalizar que ese comportamiento grosero procede de la ignorancia y el odio visceral, pero cuando te encuentras cara a cara con él, ¿qué haces?
Para la pareja de madre e hija fue una experiencia terrible. Estaban tan conmocionadas que no sabían qué decirle a la persona. Siempre existe la tentación de mantenerse firme, pero ¿y si las cosas van más allá de las palabras?
La hija quiso decir algo, pero la madre la detuvo.
"Vámonos. No discutas".
Más tarde, se preguntó si habían hecho lo correcto y preguntó a amigos y familiares: "¿Qué deberíamos haber hecho?".
Acordamos preguntar a los lectores del Boletín Informativo: ¿Qué habrías dicho y hecho tú?
¿Cómo tratar a personas tan exaltadas por los políticos -y probablemente por otras voces de odio en los medios de comunicación y las redes sociales- que se creen con autoridad para decirte cómo tienes que hablar?
¿Y lo hacen directamente, en tu cara?
¿Cuál es la respuesta correcta?
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