Tenía 21 años y pasó una noche en que caminaba por una acera en Granada, España, donde era una estudiante de intercambio. Si realmente insiste en saberlo, llevaba unos pantalones vaqueros y un suéter, y no estaba borracha. Un hombre que parecía de unos 30 años se acercó a mí, me miró a los ojos y me llamó “guarra”. Al pasar, me agarró por la entrepierna y siguió andando. Me quedé allí parada un momento, aturdida, con el corazón palpitando con fuerza y temblando.
Después me fui a casa. Al igual que tantas mujeres que han experimentado esta clase de incidente o incluso muchísimo peores, sentí que era inútil denunciarlo a la policía.
Casi 30 años después, sigo acordándome de ese momento. Desde que se hizo público el video de 2005 en el que Donald Trump presumía de agarrar a las mujeres por la vagina (“pussy” en inglés), me he preguntado cómo sus fanfarronerías afectarían a las mujeres en Estados Unidos.
Con el nombramiento del senador Jeff Sessions de Alabama como próximo fiscal general de EE.UU., me temo que ya tenemos una respuesta. Cuando a Sessions le preguntaron en una entrevista si el comportamiento de Trump descrito en el video podría describirse como una agresión sexual, contestó: “No califico eso como un asalto sexual. Creo que eso sería una exageración”. Pero no lo es. El Departamento de Justicia, que ahora podría liderar Sessions, define la agresión sexual como “cualquier tipo de contacto o comportamiento sexual que ocurra sin el consentimiento explícito del receptor”.
Según estimaciones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), el 19 por ciento de las mujeres en EE.UU. han sido violadas y un 44 por ciento han sido víctimas de otras muestras de violencia sexual durante su vida. Según un análisis de datos de la Encuesta Nacional de Victimización de Delitos llevado a cabo por la Oficina estadounidense de Estadísticas de Justicia, en 2014 sólo el 34 por ciento de las violaciones y agresiones sexuales fueron denunciadas a la policía. En esa encuesta, las razones que alegaron las mujeres para no presentar denuncias incluían el miedo a represalias, creer que la policía no ayudaría y pensar que se trataba de una cuestión “personal”. El menosprecio que mostró Trump por la apariencia y la credibilidad de sus acusadoras, así como las amenazas de denunciarlas dan una idea de los obstáculos que afronta el acto de la denuncia.
Si bien estimar las tasas de asalto sexual es complicado, la encuesta de los CDC de 2014 descubrió que una de cada cinco mujeres en EE.UU. ha sido violada. Con tantas mujeres experimentando algún tipo de abuso sexual, Sessions debería mejorar su conocimiento sobre este delito y prepararse para aplicar las leyes que lo combaten.
“Agarrar vaginas” no es normal. Es violento, degradante e ilegal. Yo soy apenas una de muchas, muchísimas mujeres que pueden decir, tras haberlo vivido en sus propias carnes, que está mal.