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En medio del debate de la reforma migratoria en Estados Unidos, la campaña "seguridad fronteriza primero"  demanda castigos más severos contra las personas que deciden cruzar a los EE.UU. sin autorización, pero un nuevo estudio realizado por la Universidad del Sur de California indica que la posibilidad de ser arrestado o incluso el encarcelamiento, no disuade de manera significativa a los inmigrantes mexicanos que tratan de cruzar la frontera sin documentos. "Esto sugiere que tal vez es muy poco lo que la ley de inmigración, por sí sola,  pueda influir en las intenciones de las personas a migrar ilegalmente", dijo la autora del estudio, Emily Ryo, a USC News.

Los resultados del estudio hacen eco de las investigaciones realizadas por Human Rights Watch entorno a los procesos penales por entrada y reingreso ilegal los cuales, se han disparado en los últimos 10 años para convertirse en el delito federal más perseguido. En la investigación de nuestro informe, "Convirtiendo a migrantes en delincuentes" encontramos que uno de los principales motivos por el que las personas ingresan a los Estados Unidos sin autorización es el deseo de reunirse con sus familias, un impulso tan fuerte que están dispuestos a correr grandes riesgos. Una y otra vez, las personas me dijeron que habrían preferido reunirse con sus familias legalmente, pero no les quedaba otra opción que infringir la ley, en algunos casos de forma reiterada. Una madre de dos niños pequeños, que ya había tratado infructuosamente de ingresar tres veces, me dijo: "No he perdido el ánimo para intentarlo de nuevo."

Estados Unidos necesita reformar su ley de inmigración de modo que proteja adecuadamente el derecho humano esencial a la unidad familiar. Eso significa crear un camino a la ciudadanía para millones de inmigrantes no autorizados que guardan fuertes lazos con las familias y las comunidades estadounidenses, incluyendo aquellos que han sido deportados. Mientras esto no suceda, las personas seguirán arriesgando todo para ingresar a los EE.UU., tal es el caso de un hombre que conocí en la ciudad fronteriza de Tijuana, México, que recientemente había sido deportado. El hombre, ahora lejos de su esposa y sus cinco hijos quienes viven en los Estados Unidos, me dijo: "Mi corazón está ahí. Mi cuerpo está aquí. "

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