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Deportada sin sus hijas – La historia de Alicia

Según el relato de Grace Meng, investigadora sobre derechos de los inmigrantes para el programa de EE.UU.

Según el relato de Grace Meng, investigadora sobre derechos de los inmigrantes para el programa de EE.UU.

Cuando llegué al refugio de Tijuana, las mujeres –alrededor de una docena en total— habían terminado de desayunar. Al igual que mucha gente en las ciudades fronterizas de México con Estados Unidos, habían sido deportadas de EE.UU. por no tener la documentación adecuada. Cuando les pregunté si tenían niños que vivían en EE.UU., la mayoría levantó la mano y empezó a llorar. Todas estas madres extrañaban a sus hijos, pero no podían regresar legalmente a sus familias en EE.UU. Repartí unos cuantos kleenex. En estos días, siempre llevo kleenex conmigo.

Bajo la ley de EE.UU., las personas que han sido deportadas, independientemente de sus lazos familiares, no tienen forma legal de regresar a EE.UU. Además, tal como ilustra mi informe, Turning Migrants Into Criminals: The Harmful Impact of US Border Prosecutions (Convirtiendo a migrantes en delincuentes: El impacto adverso de los procesos penales en la frontera estadounidense), cuando la gente desesperada por ver a sus familias cruza de nuevo ilegalmente a EE.UU., es procesada ​​en los tribunales penales deEE.UU. y a menudo es encarcelada a expensas de los contribuyentes. ¿Por qué pasar por la molestia y el costo de encarcelarlos cuando van a ser deportados de todos modos? La nueva ley de inmigración que se está abriendo camino en el Congreso podría permitir que algunas familias vuelvan a reunirse legalmente, pero todavía aboga por un incremento de los procesamientos.

Conocí a Alicia, una mujer de mediana edad con aspecto cansado, en el refugio de Tijuana. Habían pasado dos años y medio desde la última vez en que había visto a sus hijas.

Alicia me contó que entró a EE.UU. en 2000 sin la documentación necesaria. Allí conoció a otro inmigrante indocumentado, se casó con él y tuvieron dos hijas, ahora de 11 y 9 años de edad, nacidas en EE.UU. Cuando la hija menor de Alicia tenía 5 años, sus riñones empezaron a fallar. Unos años más tarde, el esposo de Alicia fue deportado y desde entonces no ha sabido nada de él.

Una noche, la hija enferma de Alicia quería limonada, así que fueron a la tienda a comprar el refresco favorito de su hija. A la salida, Alicia se olvidó de encender las luces del auto y fue detenida por la policía. Fue arrestada por no haber pagado una multa por conducir sin seguro. Le pusieron las esposas y se la llevaron, mientras sus hijas lo vieron todo desde el asiento de atrás, abrazadas y llorando. Esa fue la última vez que Alicia vio a sus hijas, ya que poco después fue deportada a México.

Alicia se emocionó mientras me contaba esta historia. Intentó varias veces volver a EE.UU. para estar con sus hijas. La segunda vez, sus traficantes la abandonaron sin comida ni agua en Texas. Fue detenida, procesada penalmente por reingreso ilegal y encarcelada durante 13 días. Un abogado le dijo que esta convicción hace que sea casi imposible que pueda obtener jamás una visa para entrar a EE.UU.

La historia de Alicia se me quedó grabada, aunque he hablado con muchas madres que han tenido experiencias similares. Me resulta difícil hablar con estas mujeres, escuchar como describen las dificultades que han sufrido, sabiendo lo mucho que echan de menos a sus hijos. Sin embargo, sus historias son importantes porque ilustran la consecuencia humana de nuestras leyes: la separación de familias, negándoles la esperanza de reencontrarse.

Yo tenía 2 años cuando mi familia se mudó de Corea del Sur a EE.UU. en busca de oportunidades de trabajo, y me crié viviendo una vida binacional entre los dos países. Me convertí en ciudadana estadounidense cuando ya era adulta, en 2000, pero durante mucho tiempo me había sentido estadounidense sin ser ciudadana.

Como inmigrante, siempre me ha fascinado por qué las personas se mudan y qué sienten acerca de su nuevo país. Es un impulso muy humano moverse en busca de algo mejor, querer cruzar una frontera. Mucha gente piensa que sólo estará en el nuevo país por un tiempo corto, pero terminan quedándose y se dan cuenta de cómo su nuevo hogar los ha cambiado.

La manera en que equilibramos la regulación y el control de nuestras fronteras, sin dejar de tratar a las personas con humanidad y dignidad, es una cuestión compleja y desconcertante que no ha sido respondida de forma definitiva en ningún país. Dicho esto, creo que las cosas por las que estoy luchando, como tratar de mantener a las familias unidas, son fundamentales.

Empecé a interesarme por el trabajo en el campo de la inmigración cuando estudiaba derecho. Mis estudios me parecieron pesados, aburridos y muy alejados de la realidad hasta que empecé a trabajar en la Clínica de Inmigración de la Universidad de Yale, bajo la supervisión de la abogada Jean Koh Peters.

Así es como llegué a representar a un solicitante de asilo de Etiopía, a quien admiro enormemente. Era un disidente en Etiopía, y tanto él como su esposa fueron torturados. Era un hombre desconfiado, triste y orgulloso, así que fue un gran honor para mí que llegara  a confiar en nosotros y que asistiera a mi graduación. Ese caso llegó a ser más importante para mí que cualquier otra cosa en la facultad de derecho. Al final, le fue concedido el asilo.

Durante mi tiempo como abogada de inmigración, me sumergí en las leyes de inmigración, descubriendo caso por caso lo injustas que podían ser estas leyes. Ahora, en Human Rights Watch, tengo la oportunidad de cambiarlas.

En el refugio de Tijuana, Alicia y yo nos unimos a las mujeres agrupadas en torno a las computadoras en el pasillo, tratando de contactar a sus familias vía Skype o revisando correos electrónicos. Alicia me mostró los mensajes que sus hijas y sus padres adoptivos le habían enviado. Ella tuvo suerte porque todavía estaban en contacto. Su hija menor recibió un trasplante de riñón exitoso, me dijo, sonriendo entre las lágrimas.

Para personas como Alicia, aventurar otra carrera por la frontera es tremendamente tentador. Uno mira y puede ver que EE.UU. está justo ahí. Ese es su país adoptivo. Ahí están sus hijos. Hay tanto dolor en esta línea divisoria. Es un punto central para tantos.

 

Creo que sé lo que está haciendo Alicia en Tijuana. Creo que está pensando en tratar de colarse nuevamente a EE.UU., estudiando la frontera, sopesando las probabilidades. Lo único de lo que está segura en su futuro incierto es del amor que siente por sus hijas y lo imposible que es imaginar una vida sin ellas.

 

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