Los llamamientos para que se priorice la rendición de cuentas en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU tras la reanudación de la violencia en Sudán encontraron una fuerte resistencia por parte de los Estados árabes y un amplio rechazo por los gobiernos africanos. En un primer momento, los gobiernos occidentales se mostraron reacios a impulsar un mecanismo de rendición de cuentas en Sudán, y no estaban dispuestos a destinar los recursos ni los esfuerzos que sí habían dedicado a un organismo similar para Ucrania inmediatamente después de la invasión a gran escala de Rusia en 2022.
Un grupo de países finalmente reunió suficientes votos para crear un mecanismo que pueda recopilar y preservar pruebas de delitos, pero la propuesta no recibió ni un solo voto de gobiernos africanos, si bien algunos se abstuvieron. El Gobierno sudanés ha dejado en claro que no está dispuesto a cooperar con el mecanismo, el cual funcionará fuera del país.
Sin embargo, los gobiernos africanos sí toman medidas positivas para los derechos humanos en algunas cuestiones. En general han apoyado de manera abrumadora resoluciones del Consejo de Derechos Humanos que abordan la situación de los derechos humanos en Palestina, mientras que Estados occidentales se oponen a ellas. En noviembre, el gobierno de Sudáfrica lideró una iniciativa, con el apoyo de Bangladesh, Bolivia, Venezuela, Comoras y Yibuti, que son países miembros de la CPI, para respaldar una investigación de la fiscalía en Palestina. Y en diciembre, el gobierno sudafricano pidió a la Corte Internacional de Justicia que determinara si Israel violó sus obligaciones conforme a la Convención sobre el Genocidio de 1948 durante sus operaciones militares en Gaza. También solicitó a la corte que estableciera medidas provisionales en las que se ordene a Israel poner fin a actos que puedan resultar violatorios de la Convención sobre el Genocidio, mientras el tribunal delibera sobre el fondo.
Todos los gobiernos pueden demostrar su liderazgo en derechos humanos para proteger a civiles. El desafío – y lo imperioso– es hacerlo de manera congruente y acorde con los principios, independientemente de quién sea el autor o la víctima.
La miopía de la diplomacia transaccional
Los gobiernos deberían centrar el respeto a los derechos humanos y al Estado de derecho en sus políticas internas y en las decisiones sobre política exterior. Lamentablemente, incluso gobiernos que normalmente respetan los derechos a veces tratan a estos principios fundacionales como optativos, y buscan “soluciones” políticamente convenientes y de corto plazo en vez de construir las instituciones que serían beneficiosas para la seguridad, el comercio, la energía y la migración en el largo plazo. Elegir la diplomacia transaccional conlleva un costo humano que se paga no solo dentro de las fronteras de un país, sino cada vez más fuera de ellas.
Abundan los ejemplos de diplomacia transaccional.
El presidente de EE. UU. Joe Biden ha mostrado escaso interés en responsabilizar a los que violan los derechos humanos y que son clave para su agenda interna o son vistos como salvaguardas frente a China. Aliados de EE. UU. como Arabia Saudita, la India y Egipto cometen violaciones a gran escala de los derechos de su población, pero no han tenido que superar dificultades para profundizar los vínculos con Estados Unidos. Vietnam, Filipinas, la India y otras naciones con las que EE. UU. quiere contar para contrarrestar a China han sido agasajadas en la Casa Blanca sin tener en cuenta las violaciones de derechos humanos que ocurren en esos países.
Del mismo modo, en materia migratoria, Washington se ha mostrado reacio a criticar a México, en el cual se apoya para impedir que migrantes y solicitantes de asilo ingresen en Estados Unidos. El gobierno de Biden y el del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador han trabajado en conjunto para expulsar o deportar hacia México a decenas de miles de migrantes en EE. UU. e impedir que miles más lleguen a EE. UU. en busca de seguridad, aun cuando saben que son blanco de secuestros, extorsiones, agresiones y otros abusos. Biden ha permanecido mayormente en silencio mientras López Obrador procuró socavar la independencia del poder judicial mexicano y otros órganos constitucionales, demonizó a periodistas y activistas de derechos humanos, y dejó que las fuerzas militares obstaculicen rendición de cuentas por abusos aberrantes.