Raisa Hanzaharova, residente del pueblo Urus-Martan en la cuidad de Chechenia, de quarenta y dos años, estaba esperando en la estación de tren Slipstovsk con sus hijos y con sus efectos personales, el 18 de diciembre de 1999. Sólo unos minutos antes, autoridades rusas les dieron dos opciones a los refugiados que vivían dentro del tren: regresar a Chechenia o desocupar el tren y buscar otro sitio de alojo. "Llegué aquí del infierno en Chechenia", le dijo Hanzharova a Human Rights Watch. "Ahora no sé qué hacer."

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