Aunque llevo más de dos décadas escribiendo sobre los regímenes autoritarios y su forma de actuar, especialmente en tiempos de guerra, todavía me cuesta entender un aspecto común de su comportamiento.
Tienen poder y quieren demostrarlo, a sus ciudadanos y al mundo. Pero a veces arremeten contra la disidencia de formas tan ridículamente innecesarias, como si se sintieran nerviosos por su control del poder.
La semana pasada vimos un ejemplo de manual en Rusia, cuando un tribunal condenó a la artista Aleksandra Skochilenko a siete años de prisión. ¿Qué hizo para merecer una sentencia tan dura? ¿Quizás algún acto de violencia? ¿Alguna amenaza grave al Kremlin?
No, todo lo que Skochilenko había hecho era sustituir cinco etiquetas de precios de supermercado por información sobre la invasión rusa a Ucrania.
Y ya está. Siete años de prisión por cinco pequeños trozos de papel.
La acusación formal era difundir información "falsa" sobre la guerra. Sus trozos de papel señalaban cómo décadas de mentiras televisadas de Putin condicionaron a algunos rusos a justificar la guerra. También denunció el bombardeo ruso del teatro que albergaba a civiles en Mariupol (Ucrania). Dijo que Rusia está enviando reclutas a luchar, un hecho que el Ministerio de Defensa admitió. Y pidió el fin de la guerra.
Recibir una pena de prisión por ello -y mucho menos de siete años- es ridículo. Si lo vieras en una novela o en una serie de televisión, pensarías que el escritor ha ido demasiado lejos al pedirte que suspendas la incredulidad hasta un punto tan ridículo.
Pero no es cosa de risa en Rusia, donde el absurdo de las autoridades tiene consecuencias horribles.
Dado el estado de salud de Skochilenko y la severidad de las penas de prisión en Rusia, su condena a siete años de cárcel corre el riesgo de convertirse en una sentencia de muerte. La crueldad de las autoridades ya se puso de manifiesto durante los 19 meses que duró el proceso judicial. Los funcionarios de prisiones confiscaron sus medicamentos y, durante los traslados desde la prisión preventiva, la dejaron sin comer durante días.
Las acciones de las autoridades rusas en este caso representan una injusticia flagrante, y éste es sólo el ejemplo más reciente. Más de 200 personas han sido procesadas por noticias "falsas" sobre la guerra de Rusia en Ucrania, y las autoridades han encarcelado a centenares por oponerse a la guerra utilizando otras leyes draconianas.
Como en muchos otros casos, la locura de la persecución de la pacifista Skochilenko por parte de las autoridades también fue reveladora en otros sentidos, como ella misma señaló en su declaración final ante el tribunal. Si no la hubieran detenido, dijo, los trozos de papel "sólo los habrían conocido una abuelita, una cajera y un guardia de seguridad del [supermercado]".
Efectivamente. Las autoridades convirtieron un oscuro y minúsculo acto de disidencia en una protesta internacionalmente conocida contra la invasión rusa de Ucrania.
Independientemente de lo que ocurra con la psicología de los regímenes autoritarios, en términos de derechos humanos, los resultados son tristemente claros. Dentro de Rusia, los abusos contra las libertades fundamentales siguen aumentando.
