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China

Conforme disminuyó la credibilidad de Estados Unidos en materia de derechos humanos, China a menudo empeoró las cosas. Su floreciente economía y su sed de recursos naturales la han conducido a jugar un papel internacional más asertivo, pero diligentemente ha evitado utilizar esa influencia para promover los derechos humanos. Por el contrario, insiste en relacionarse con otros gobiernos, en palabras del presidente Hu Jintao, “sin ninguna atadura política”. De hecho, la posición de China respecto a los derechos humanos oscila entre la indiferencia y la hostilidad.

La preocupación de ser acusada de hipocresía y de cosechar lo que ha sembrado podría estar detrás de la renuencia de China a defender derechos que rutinariamente viola en su territorio—como aquéllos que sostienen a una sociedad civil independiente y el imperio de la ley. Aun así, existen áreas en las que tales temores son menos agudos y no deberían restringir a China. Al menos desde la represión contra el movimiento por la democracia en la Plaza de Tiananmen, China ha renunciado a las masacres, más aún a la limpieza étnica masiva y a los crímenes contra la humanidad. Por lo tanto, podría defender con credibilidad a personas que enfrentan esa severa opresión, como el pueblo de Darfur o las minorías étnicas en Birmania. Sin embargo, ha hecho muy poco y demasiado tarde. Esto se debe, en parte, a su manifiesta incomodidad ideológica con lo que denomina “interferencia en los asuntos internos” de otros países; asimismo, a la priorización de su propia búsqueda de recursos naturales por encima de la supervivencia de personas cuya tierra los provee. Cualquiera sea el balance de las consideraciones, China ha hecho mucho menos de lo que debería.

Existen indicios de que en algunas cuestiones, que no siempre involucran a los derechos humanos, la renuencia de China a interferir en los asuntos de otras naciones podría estar disminuyendo en cierta medida. En septiembre pareció suspender temporalmente las entregas de petróleo a Corea del Norte debido a las pruebas de Pyongyang de un misil de largo alcance. En octubre, después de la primera prueba nuclear de Corea del Norte, China supuestamente amenazó con suspensiones adicionales de petróleo hasta que Pyongyang regresara a la mesa de negociación. En noviembre, Wang Guangya, representante permanente de China ante la ONU, aplicó alguna presión, aunque insuficiente, sobre Sudán a fin de que aceptara el despliegue de una fuerza de mantenimiento de la paz de la ONU en Darfur. China también está incrementando la cantidad de tropas que ofrece para los esfuerzos de mantenimiento de la paz de la ONU.

No obstante, aunque una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizaba el despliegue de una fuerza de protección en Darfur presupuso el consentimiento de Jartum, lo único que China hizo fue abstenerse respecto a esa resolución, en vez de apoyarla. Ya es suficientemente lamentable que China se haya unido a otros miembros del Consejo con el fin de limitar la internacional “responsabilidad de proteger”—una doctrina cuyo propósito es prevenir atrocidades masivas—a pedirles permiso a los asesinos para proteger a sus víctimas. Pero China ha empeorado la situación al rehusarse a utilizar, o bien al bloquear, fuentes clave de influencia que asegurarían ese consentimiento.

Dado que China compra dos terceras partes de las exportaciones de petróleo de Sudán y es la más grande inversionista en la industria petrolera sudanesa, la economía de Sudán está prosperando sustancialmente, envalentonando a Jartum a continuar las matanzas en Darfur y dejando al país repleto de fondos que le posibilitan adquirir armas (a veces chinas) para la batalla. Cortar ese ingreso haría a Jartum más susceptible a las presiones para detener las muertes en Darfur y permitir el despliegue de una fuerza de protección. Sin embargo, aunque China ahora se muestra anuente a invocar sanciones al petróleo respecto a Corea del Norte, no se sabe que haya hecho algo similar por Darfur. En efecto, ha permitido sólo que el Consejo de Seguridad de la ONU prohíba los viajes y congele los bienes de cuatro individuos—dos comandantes rebeldes, un líder de las milicias janjaweed y un ex oficial militar—ninguno de ellos funcionario gubernamental de alto nivel. Si China quiere evitar la impresión de que está más interesada en continuar el flujo de petróleo a su creciente economía (del cual entre el 4 y 7 por ciento proviene de Sudán) que en detener los ríos de sangre en Darfur, debería incrementar sus esfuerzos públicos por presionar a Jartum para que coopere.

El problema se extiende más allá de Darfur:

  • China sigue siendo una fuente de inversión y suministros militares para Zimbabwe, a pesar de la guerra del presidente Mugabe contra su propio pueblo—el desalojo masivo de unas 700,000 personas pobres percibidas como potenciales simpatizantes de la oposición política, la demolición de sus hogares con tractores, la rutinaria detención arbitraria y tortura de simpatizantes de la oposición, como también la destrucción de la economía del país. Al interrumpir el acceso de la gente al tratamiento, los desalojos han tenido un impacto particularmente devastador sobre decenas de miles de personas que viven con VIH/SIDA.
  • Con la entrega de unos US$5 millardos en préstamos sin condiciones a Angola, China ha socavado de manera efectiva los esfuerzos del Fondo Monetario Internacional por promover una mayor transparencia presupuestaria a fin de detener el saqueo del tesoro nacional por parte del gobierno—alrededor de $4 millardos desde 1997 hasta 2002, el equivalente del presupuesto total de Angola para programas sociales durante ese periodo.
  • Después de que las fuerzas gubernamentales de Uzbekistán masacraron a cientos de manifestantes en Andizán en mayo de 2005, China recibió al presidente del país, Islam Karimov, con un saludo de 21 disparos de rifle y anunció un negocio petrolero de US$600 millones. En 2006, China participó en ejercicios militares conjuntos con Uzbekistán y suscribió un protocolo de cooperación de dos años de duración.
  • A China le preocupa más frenar el flujo de personas refugiadas provenientes de Corea del Norte que detener las graves amenazas a sus vidas provocadas por el despiadado y económicamente incompetente gobierno de Kim Jong II. A pesar de la generalizada represión en Corea del Norte, China finge que las personas que escapan de Corea del Norte son migrantes económicos y se rehúsa incluso a cooperar con el relator especial de la ONU que investiga las condiciones de derechos humanos en Corea del Norte o a permitirle al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados acceso a personas refugiadas que se aglutinan cerca de la frontera con Corea del Norte. No existen evidencias de que China haya ejercido sobre Pyongyang alguna presión, por sus prácticas represivas, que sea comparable a la que aparentemente ejerció respecto a sus pruebas nucleares y del misil de largo alcance. Es cierto que China hace la vista gorda mientras algunas personas refugiadas escapan a través de su territorio hacia otros países, pero podría hacer mucho más.
  • China es la más generosa simpatizante del gobierno militar de Birmania, mostrando un mayor interés en asegurar el acceso a un puerto de aguas profundas y a recursos naturales birmaneses que en apoyar los derechos del pueblo de Birmania, que ha sufrido por tanto tiempo. En muchas partes del sudeste de Asia, China está brindando abundante ayuda a gobiernos que violan los derechos.

China no es el primer gobierno que antepone sus propios intereses económicos y políticos a los de la gente pobre y desafortunada del mundo. Durante mucho tiempo, los poderes imperiales han hecho justamente eso y peores cosas. Pero el Partido Comunista chino está construido, al menos en teoría, sobre una ideología de cuidado de las necesidades básicas de todas las personas. Pekín cultiva el perfil de amiga del mundo en desarrollo. Se enorgullece de la generación de empleos y del alivio de la pobreza. Cada vez más está aportando ayuda externa. Sin embargo, algunas de sus conductas contravienen esos principios.

Los gobiernos represivos que reciben apoyo chino están aplastando y empobreciendo a sus pueblos. Los nuevos magnates petroleros en Jartum pueden brindar por China desde sus sofisticados cafés en las riberas del río Nilo, pero no lo hace la gente desarraigada y desposeída de Darfur. Robert Mugabe podrá agradecerle al gobierno chino por su habilidad de aferrarse al poder; no así los cientos de miles de personas de Zimbabwe que han quedado sin hogar por su Operación Limpie la Suciedad. El ejército de Birmania, con ayuda de China, está construyendo una espléndida capital y goza de acceso a una amplia gama de armas, pero el pueblo birmano vive en la escualidez y con temor. Si China ha de recibir el respeto internacional que ansía, debe apartarse de estos gobiernos, en vez de subsidiarlos.

Es difícil creer que el gobierno chino quiera que se le conozca como el que apoya a tiranos, el explotador de la gente empobrecida. Es de esperar que un gobierno que afanosamente buscó el símbolo del juego limpio y la cooperación internacionales—las Olimpiadas—no descarte la solidaridad mundial cuando se trata de las víctimas de sus tiránicos socios. Pero el cambio sólo vendrá si a China se le llama la atención por sus repulsivas acciones. Durante décadas, el gobierno chino fue tan represivo, y su rol global tan limitado, que pocos esperaban de Pekín más que hostilidad hacia los derechos humanos. China no les desilusionó. Hoy día es difícil esperar algo mejor si ningún gobierno está dispuesto siquiera a pedirlo.

Cuando se le ha confrontado directamente acerca de los derechos humanos, el gobierno de China ha hecho algunas concesiones. En su reunión con el presidente Bush en abril, el mandatario Hu dijo que “sobre la base del respeto mutuo y la igualdad”, el gobierno chino estaría “dispuesto... a promover la causa de los derechos humanos en el mundo”. Al abstenerse en el caso de Darfur, China permitió la aprobación de resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que autorizaban el despliegue de una fuerza de protección de la ONU en Darfur y la investigación de atrocidades por parte de la Corte Penal Internacional. También, como ya se señaló, ha aplicado una limitada presión sobre Jartum.

Aun así, los gobiernos que son partidarios tradicionales de los derechos humanos están tan ocupados haciendo sus propios negocios comerciales con China que raras voces expresan preocupación por el inhumano comportamiento de Pekín en suelo chino o en el exterior. Si fueran leales a sus principios, condenarían el rol cada vez mayor de China en la represión global. Sólo asegurando que China pague con su reputación por su mala conducta habrá alguna posibilidad de alentar que la mejore.