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Publicado en The Huffington Post

NUEVA YORK – Estoy acostumbrado a recibir críticas por mi trabajo como analista militar para Human Rights Watch, nuestras observaciones de que tal gobierno o tal grupo armado ha violado las leyes de la guerra provocan con frecuencia acusaciones de que somos parciales o tomamos partido con el enemigo.

Ahora he alcanzado la fama en la blogosfera, no por las horas que he pasado analizando restos de guerra, visitando hospitales, entrevistando a víctimas, testigos y soldados, sino por mi afición (que resulta inusual e inquietante para algunos) por coleccionar recuerdos de la Segunda Guerra Mundial relacionados con mi abuelo alemán y mi tío abuelo estadounidense. Me obsesiona lo militar y tengo un interés permanente no sólo en las medallas que colecciono, sino también en las armas que estudio y la metralla que analizo. Creo que esto mejora mis investigaciones y mis análisis. Y sugerir que demuestra tendencias nazis es una difamación sin sentido, divulgada maliciosamente por personas interesadas en intentar socavar la labor informativa de Human Rights Watch.

Me dedico a denunciar crímenes de guerra y los nazis fueron los peores criminales de guerra de todos los tiempos. Sin embargo, ahora me encuentro en la extraña y dolorosa situación de tener que negar las acusaciones de nazismo.

La Segunda Guerra Mundial convirtió a mi abuelo, quien fue reclutado en la artillería antiaérea, en un firme pacifista. No podía entender el porqué me puse a trabajar en el Pentágono, donde me encontraba durante el 11 de septiembre de 2001, después de conocer sus experiencias y las horribles historias que me contó más adelante sobre ver caer del cielo los cuerpos de los tripulantes de aviones que había derribado. No fue sino hasta su fallecimiento cuando terminé de asumir sus lecciones, a partir de entonces decidí emplear mi experiencia militar para reducir los horrores de la guerra.

Abandoné una carrera en el Gobierno y me uní a Human Rights Watch con el fin de usar mi experiencia en sistemas de armamento y fijación de objetivos para proteger a los civiles y hacer respetar las leyes surgidas de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. Mi primera investigación me llevó a los cráteres producidos por las bombas en Irak y me tuve que enfrentar cara a cara a los sobrevivientes y las víctimas de los ataques que había ayudado a planear. Fue una experiencia traumática que me generó muchas dudas existenciales. Pensé con frecuencia en mi abuelo.

Como niño criado en Estados Unidos, aprendí que los alemanes eran los malos; cuando fui conociendo a mi abuelo, me di cuenta de que no todos los alemanes eran nazis. Gracias a él y a mi tío abuelo, artillero en un bombardero B-17 de Estados Unidos, desarrollé un interés en los recuerdos alemanes y estadounidenses de la guerra y escribí una larga monografía, publicada el año pasado, sobre medallas alemanas de la Segunda Guerra Mundial a miembros de la fuerza aérea y batallones antiaéreos.

Nunca he ocultado mi afición, pues no tiene por qué avergonzarme, por muy extraña que le parezca a los que no están fascinados por la historia militar. Precisamente porque es demasiado obvio que los nazis fueron tan terribles, nunca me di cuenta que otras personas, entre ellas amigos y colegas, podrían preguntarse por qué me gustan estas cosas. Miles de seguidores de la historia militar coleccionan recuerdos de guerra porque quieren aprender del pasado. Sin embargo, debí haberme dado cuenta que las imágenes del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial hieren la sensibilidad de muchas personas.

Me arrepiento profundamente de haber causado dolor y ofensa con un puñado de publicaciones inmaduras e insensibles en dos sitios web que estudian artefactos de la Segunda Guerra Mundial (incluidos artículos estadounidenses, británicos, alemanes, japoneses y rusos). Otros comentarios que aparecen en dichos sitios web podrían parecer extraños e incluso desagradables, pero son sólo una muestra del entusiasmo del coleccionista, que se regocija, como en mi caso, de haber logrado un uniforme de piloto estadounidense.

Como escribí en mi libro, he dicho a mis hijas que “la guerra fue horrible y cruel, que Alemania perdió y debemos dar gracias por ello”. Lo escribí porque así lo creo. Y, debido al intenso sufrimiento provocado por la Segunda Guerra Mundial y la campaña genocida contra el pueblo judío, me paso los días haciendo todo lo que puedo para asegurar que nunca se permita que dichos horrores vuelvan a suceder.

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