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La vida con una discapacidad en la caravana de migrantes

Agencias humanitarias deberían hacer búsquedas de migrantes con discapacidad en la frontera EUA-México

Para pode usar el baño en el albergue para migrantes de Tijuana, tuvieron que subirme cargando por un piso de escaleras. Vivir con discapacidad en América Latina nunca ha sido una tarea fácil; realizar las actividades cotidianas puede ser muy complicado debido a la falta de accesibilidad y a la ausencia de apoyos para la vida independiente. Como usuario de silla de ruedas que vive en la Ciudad de México, para poder abordar el avión que me trasladaría de la capital a Tijuana, tuvieron que bajarme dos pisos por unas largas escaleras.

Pero las cosas son mucho peores para las nueve personas con discapacidad que conocí y que habían viajado desde distintas partes de América Central y de México hasta la frontera con Estados Unidos como parte de la caravana de migrantes. En noviembre, su viaje hacia el norte en busca de una vida sin violencia y discriminación se detuvo en el albergue El Barretal, en Tijuana, una localidad junto a la frontera estadounidense. Quienes hablaron conmigo figuraban entre los 12 migrantes con discapacidad registrados por la Comisión de Derechos Humanos del estado de Baja California y otros organismos. Pero con seguridad ese número es más bajo que el real, pues no incluye a otras personas que podrían tener discapacidades menos visibles, como discapacidades del desarrollo (autismo) o psicosociales (condiciones de salud mental).

Cuando pregunté sobre los migrantes con discapacidad, muchos representantes de organismos humanitarios internacionales reaccionaron con sorpresa y reconocieron de inmediato la necesidad de realizar una búsqueda más activa de esas personas.

Violencia y discriminación contra personas con discapacidad en América Central

Las historias de las personas con discapacidad que conocí en la caravana de migrantes, si bien son diferentes, tienen características en común. Las más significativas son las experiencias de violencia y discriminación sufridas en los países de los cuales huyeron. Sin embargo, las personas con discapacidad suelen experimentar otros tipos de violencia y discriminación que, en algunos casos, están estrechamente vinculados con su condición.

Según el Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, un organismo especializado de las Naciones Unidas que examina si los Estados respetan los derechos de las personas con discapacidad, en Honduras, las personas con discapacidad son blanco de amenazas y extorsiones por parte de los Maras y otras bandas delictivas. En el caso de Guatemala, el Comité concluyó que la discriminación contra las personas con discapacidad en ese país es sistemática, que muchas de ellas suelen ser víctimas de explotación, violencia y abuso, y que no hay medidas para su protección, recuperación y reparación.

María y Ximena (no son sus nombres verdaderos), dos mujeres sordas, llegaron a Tijuana desde Honduras. Como muchos otros en las caravanas, lo hicieron pidiendo que las llevaran en autobús y, a veces, recorriendo a pie parte del camino. María podía comunicarse fácilmente en lenguaje de señas. Una maestra de educación especial de Guatemala, que también huyó de ese país y forma parte de la caravana, ayuda a las dos mujeres con la interpretación.

“Vine con la caravana porque en mi país, Honduras, no hay trabajo y hay mucha discriminación contra las personas sordas, como yo”, indicó María. “Trabajaba en una maquiladora fabricando ropa interior, pero cuando se dieron cuenta de que era sorda, comenzaron a pagarme menos. Me pagaban 1000 lempiras (USD $41) por semana, mientras que otras personas ganaban hasta el triple que yo”. También sufría el hostigamiento de compañeros de trabajo. “Todos me cerraron las puertas”, comenta. “Un día, le propuse a mi amiga Ximena que nos fuéramos con la caravana, y desde entonces estamos en camino.”

La historia de Ximena es diferente e involucra violencia doméstica. En lenguaje de señas me dijo: “Una vez, mi esposo, que también es sordo, me golpeó la cabeza contra la pared”. Tuvo que dejar atrás a su hija de cinco años. A diferencia de María, Ximena no tiene buen dominio del lenguaje de señas y tuvo menor acceso a educación. No puede leer ni escribir. “Si vuelvo a Honduras, mi esposo va a matarme”, afirmó.

También conocí a Daniel Humberto Folgar Navas, un guatemalteco de 49 años con osteogénesis imperfecta, una condición que hace que los huesos se quiebren con facilidad. “Me he fracturado nueve veces y vivo con un dolor insoportablemente intenso”, me dijo. “En Guatemala, no recibo beneficios por discapacidad ni tengo seguridad social, y si bien soy docente, el único trabajo que he podido conseguir ha sido vendiendo bolsas de plástico en el mercado.

Rafael Peralta tiene pie equinovaro congénito. Se fue de su país porque “como persona con discapacidad, no tengo esperanzas; en Honduras las personas con discapacidad no importan para nada.

También sufrió discriminación en su trabajo. “Trabajé en los campos como agricultor, pero me pagaban apenas 400 lempiras (USD $16) por semana, mientras que las personas sin discapacidad ganan 1200 (USD $49) haciendo el mismo trabajo. Se burlaban de mí por mi discapacidad física”.

Viajar 3000 millas con una discapacidad

Para llegar a Tijuana desde Honduras, Guatemala o El Salvador es necesario recorrer más de 3000 millas y pasar por distintas ciudades y pueblos. Es algo difícil para cualquiera. La mayoría de las personas con discapacidad que entrevisté dijeron que, en general, las personas con las que se encontraron en el camino las apoyaron, aunque ciertas actitudes sociales frente a sus discapacidades, en algunos casos, las pusieron en riesgo y habían vivido momentos difíciles de peligro.

A Ximena y María les apuntaron con un arma porque no podían escuchar las advertencias. “Una vez, mientras nos desplazábamos por Guatemala, tuvimos necesidad de ir al baño. Tratamos de hacer nuestras necesidades en un descampado, ya que no había baños. Unos hombres nos apuntaron con sus armas porque no prestamos atención a sus advertencias de no acercarnos…. Cuando comprendieron que éramos sordas, nos dejaron ir”.

Rafael experimentó momentos de fuerte ansiedad. Me dijo: “Debido a mi pie equinovaro, camino más lento y para mantener el paso con los demás integrantes la caravana, no podía detenerme muy seguido a beber agua. En Chiapas, México, me deshidraté y me empezó a doler mucho el estómago. Casi no podía orinar”. La caminata le demandó un gran esfuerzo a Rafael, que caminaba con bastón. “Por suerte, en Oaxaca, la Cruz Roja me dio unas muletas y seguí mi camino con ellas. También me dieron una silla de ruedas que uso ahora”.

En Tijuana, tuve la oportunidad de conocer a una persona mayor con discapacidad, que en el camino había sido agredida por bandas delictivas. Gustavo Martínez, de 68 años, que camina con bastón debido a una lesión en la rodilla, huyó de la violencia en su comunidad local, San Pedro Sula, en Honduras, junto con su nieta de 25 años. A diferencia de otros migrantes de la caravana, Martínez logró ahorrar algo de dinero antes de partir, para comprar los pasajes de autobús. Cuenta que, al bajar del tren en la estación equivocada, fueron interceptados por una banda de hombres con armas de asalto. “Me colgaron de los tobillos y me arrancaron una uña del píe. Querían que les dijera si tenía familiares en Estados Unidos. Querían extorsionarnos, pero nadie dijo nada y nos dejaron ir”.

Condiciones de vida en los albergues para migrantes

La vida en los albergues de Tijuana es difícil para las personas con discapacidad. Cuando la caravana de migrantes comenzó a llegar, se alojó a las personas en un estadio llamado Benito Juárez. Debido a las fuertes lluvias que hubo en noviembre, el terreno se inundó y las autoridades locales trasladaron a los migrantes a una zona denominada El Barretal. Si bien ahora la mayoría de los migrantes centroamericanos que llegaron en las caravanas se encuentran allí, cerca de 300 personas se quedaron en las proximidades del Estadio Benito Juárez por lo menos hasta el 12 de diciembre de 2018. Juan Carlos Flores, Visitador General de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Baja California, señaló que se habían rehusado a trasladarse a El Barretal porque ese lugar se encontraba a 45 minutos en auto del cruce fronterizo de Estados Unidos, y deseaban quedarse cerca de la frontera en caso de que se los convocara para la petición de asilo.

En Benito Juárez, entrevisté a dos personas con discapacidad física: Ramiro Carrera y Herbert Ramos, ambos de Guatemala. Ramiro tiene dificultades para caminar, y Herbert no tiene movilidad en el brazo derecho. “En este lugar no hay baños y tenemos que usar uno que se encuentra a dos cuadras de aquí. Nos cobran cinco pesos (USD 0,26) cada vez que lo usamos”, contó Herbert. Ramiro necesita que alguien empuje su silla de ruedas hasta el baño.

Si bien El Barretal brinda a los migrantes instalaciones un poco mejores, las personas con discapacidad igualmente enfrentan gran cantidad de obstáculos. Daniel Folgar, que usa muletas, me comentó: “No puedo bañarme todos los días, porque es muy difícil. Lo hago afuera, pero el costo del baño es de MXN 25 (USD$ 1,24) y es difícil conseguir dinero”. Explicó que “si bien las autoridades sirven alimentos dos veces por día, tenemos que hacer cola por mucho tiempo”. “Con las muletas, no es fácil. No puedo llevar el plato de comida que me dan. Si bien tengo prioridad y muchas veces me traen la comida hasta aquí, no siempre ocurre eso. Si hago la cola, corro el riesgo de que me empujen y me caiga”.

Rafael Peralta, que también usa muletas, habló sobre los desafíos que implican para él las duchas y el baño. Vende cigarrillos en el campamento y con eso logra reunir algo de dinero para ducharse de vez en cuando en un baño privado cercano. “Es muy difícil bañarse en este lugar; algunas veces, paso cuatro o cinco días sin ducharme, hasta que puedo ahorrar algo de dinero”.

Cuando Rafael me llevó a las duchas y baños de El Barretal, pude ver las dificultades de las que me hablaba. Las letrinas estaban sucias y apestaban. En los accesos había charcos de agua. “Si trato de entrar a la letrina con las muletas, puedo patinarme. Por eso, prefiero usar un bote de plástico que ir al baño”, afirmó Rafael. Ingresar con una silla de ruedas sería realmente imposible.

Es posible que el Gobierno de Estados Unidos demore bastante en procesar las peticiones de asilo que aún se encuentran pendientes. Más aún considerando elanuncio efectuado por ese Gobierno el 20 de diciembre, en el cual expresó que “las personas que lleguen a Estados Unidos desde México (de manera ilegal o sin la documentación correspondiente) serán devueltas a México mientras se encuentre en trámite su procedimiento de inmigración”. Antes de la llegada de las caravanas, ya había un retraso significativo en la gestión de las solicitudes. Por el momento, el Gobierno mexicano debería implementar un programa específico para satisfacer los requerimientos de las personas con discapacidad que se encuentran en El Barretal. Eso podría incluir brindar una letrina accesible y designar personal de apoyo para ayudar a esas personas con su higiene personal y a que puedan recibir comida de manera segura.

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